Lo peor de la guerra civil española es que más de ochenta años después de su inicio, sigue influyendo sentimentalmente en la vida nacional. Ayer o antes de ayer, leíamos un mensaje breve de un joven político español (nacido en 1986) en el que proclamaba al mundo: “Somos los hijos de los obreros que nunca pudisteis matar. Somos también de los que perdieron la guerra civil.” Este joven reproducía el estribillo de una legendaria canción de La Polla Records “No somos nada” grabada cuando él tenía tan solo un año. Pero treinta años después su mensaje había conectado con tal fuerza con sus sentimientos que se había visto impelido a lanzarlo a los cuatro vientos.
Es imposible que las consecuencias de una guerra no influyan en la vida de los que nacen después de su final. Los descendientes de los musulmanes que perdieron la Reconquista y fueron expulsados de España hoy viven en Marruecos en uno de los regímenes musulmanes más democráticos del mundo árabe. Los descendientes de los cristianos que expulsaron violentamente a los musulmanes y repoblaron después Cataluña, Castilla, Valencia, Andalucía o Extremadura (es decir, nosotros) seguimos disfrutando de ese beneficio y vivimos en el mundo desarrollado y libre. De igual forma, los españoles que ganaron la guerra civil (y muchos de los que la perdieron. pero tenían hermanos, familiares o amigos en el bando vencedor) se aprovecharon para situarse en el nuevo régimen y acrecentar sus ingresos hasta alcanzar una sólida posición económica. Muchos de los políticos actuales de izquierdas (desde las viejas hornadas nacidas en 1940 hasta los descastados nacidos después de 1975), muchas de las personas que hoy se declaran de izquierdas (millones de personas) han disfrutado de un estatus económico y han alcanzado posiciones sociales elevadas gracias precisamente a que sus antepasados ganaron o se amistaron con quienes ganaron la guerra civil. Todavía no he conocido el caso de nadie que haya decidido devolver las propiedades que su familia amasó durante el franquismo o haya decidido desposeerse de los títulos universitarios que pudo alcanzar mientras millones de españoles no habían podido acabar la educación primaria. Esto, logícamente, sería absurdo y solo el hecho de plantearlo, entra en el terreno de la demagogia.
Así que, sabiendo que no podemos ni queremos subvertir el orden que nos ha situado en la cúspide de la escala social y ni se nos pasa por la imaginación irnos a Marruecos a vivir en Ouazarzate o devolver nuestras propiedades familiares a los musulmanes que dominaban Hispania o a las víctimas de la guerra civil, todo queda reducido al edificio sentimental que construyamos en torno a estas cuestiones. Y ese es, tristemente, el terreno en el que nos movemos cuando hablamos de la guerra civil. No una construcción objetiva y real, sino un edificio sentimental que se paga con el dinero, el presente y el futuro de todos.
Porque el relato de la guerra civil dominante es el de La Polla Records que tan sólidamente exponía en pocas palabras este político. Yo lo reduciré a nueve palabras. “Nosotros somos los buenos y ellos son los malos.” Observemos la primera persona del plural del presente de indicativo. “Somos”. Es nuestra esencia. Somos el resultado del conflicto. Y es que esta visión explica nuestro hoy político, no el de hace cien años.
¿Qué es lo que explica que el Partido Popular sea considerado el partido de derechas más reaccionario de Europa? ¿Su política social que ha mantenido los subsidios a los parados de larga duración? ¿Su política fiscal que recauda hasta el 47% de las rentas obtenidas por el trabajo si estas superan los 60.000 euros anuales? ¿Su política contra el aborto que lo ha conducido a seguir siendo legal? No, por pienso. Su estigma proviene de que son tratados como herederos de los vencedores de la guerra. ¿Qué es lo que hace que los partidos de izquierda (desde el PSOE a Podemos) simpaticen con el separatismo (profundamente insolidario hacia los obreros españoles en cada una de esas regiones) en vez de defender el derecho de un niño a ser educado en su lengua materna? El hecho de que los miren como hermanos de sangre en la lucha contra el fascismo. El Pacto de San Sebastián de 1930 sigue en pie casi un siglo después. Las fuerzas de izquierda, republicanas y separatistas unidas para luchar contra la dictadura y la monarquía. Si eso supone la quiebra del propio Estado que queremos construir es un daño colateral asumible. Esa política no la realiza ningún partido político de izquierdas en ningún país del mundo.
La guerra civl lleva décadas envenenando el corazón de millones de españoles (el de todos nosotros) que, obviamente, no vivimos la contienda y que tenemos una idea sobre la misma basada en lo que nos han contado otros que tampoco la vivieron. Según este relato, la guerra civil dividió en dos bandos a todos (o a casi todos) los españoles que, llevados por su ideología, se enfrentaron heroicamente durante tres años en campos de batalla.
Pues alegrémonos, amigos, porque este relato es falso. La guerra civil no dividió a todos los españoles en dos bandos antagónicamente enfrentados, como se nos ha contado. De otra forma, la convivencia tras el final de la guerra hubiera sido imposible. La guerra civil no enfrentó ideológicamente a todos los españoles. Eso no es verdad. España tenía entones 25 millones de habitantes. Tan solo 220.000 fueron voluntarios. El resto de combatientes (2.500.000) , la inmensa mayoría, se vieron obligados a combatir como soldados de reemplazo. Obligados. Y el resto de la población (el 99% restante) tuvo que seguir también el humor de estos 220.000 y de otros tantos que sembraron el terror allí donde pasaban o vivían. Pero la inmensa mayoría, los españoles como usted y como yo, pacíficos, asistieron a aquella explosión de violencia con estupor y sin poder hacer otra cosa que intentar sobrevivir a aquella carnicería. Fue una minoría la que se dedicó a aterrorizar a la población de los dos lados. No hacen falta millones de personas para asesinar o aterrorizar a todo un pueblo. Pongamos un poco de sentido común. Una barriada entera, un pueblo de treinta mil habitantes puede ser aterrorizado por treinta personas armadas, muy violentas y sin escrúpulos. Si hay una época de nuestra vida en la que la violencia física es cotidiana, es la infancia. Un solo niño de cinco años basta para aterrorizar y exigir pleitesía a toda una clase. Con un fusil y ante una población desarmada ese mismo niño violento, con veinte años más, aterroriza él solo a mil personas. Vean las fotos del asalto al Cuartel de la Montaña en Madrid. En una ciudad de un millón de habitantes combatieron en esos primeros días de fuego y plomo, tan solo unos centenares. A mí me lo contó Tuñon de Lara en el colegio como si toda la población de Madrid se hubiera lanzado contra el cuartel. Falso. La guerra civil fue el resultado de la locura de centenares de miles de personas violentas que impusieron su lógica brutal a muchos más millones de víctimas. Verdugos, personas a las que les gusta la violencia y la consideran legítima, contra víctimas. En ambos bandos. Esa es la verdad de la vida. Hay gente que disfruta desde niño violentando a otros. Cuando esa gente tiene ocasión, la emplean al máximo. Esa es la verdad de la guerra civil española.
Pero el relato de lo que ocurrió en la guerra civil la construyeron los perdedores en el combate y muy singularmente, los profesores universitarios del tardofranquismo. La mayor parte de ellos, cercanos al Partido Comunista. Era y es un relato interesado, que intenta hacernos creer que los españoles se dividieron en dos bandos gigantescos y que ellos son los herederos de los buenos, mientras que sus rivales políticos actuales son los herederos de los malos. Más lejos todavía, han intentado y conseguido que ese odio llegue hasta nosotros. No renunciaron a sus cátedras ni al estatus que alcanzaron en plena dictadura en una universidad pública que montó la propia dictadura mientras millones de españoles no podían ir al instituto. Ni pensaron en donar a los pobres su patrimonio familiar. Su petición de responsabilidades no llegaba a tanto. Ni siquiera acabaron culpando a sus propios padres (tampoco lo hace este joven político). Encontraron otro enemigo al que convirtieron en el chivo expiatorio de todos sus males y de su propia posición: el general Franco, el gran culpable de todo. Parece un relato infantil, pero es real y nos afecta cada día.
Que no nos envenenen, por favor. Hoy también nos rodean personas violentas, marcadas por el odio. Todos tenemos derecho a sentir, incluso a odiar y a estar resentido, pero nadie tiene derecho a imponer sus sentimientos como forma de quebrar la convivencia y la paz. Tengamos sentido común y busquemos la concordia. Alejémonos de los que hacen apología de la violencia. Difundamos el relato de la guerra civil que construye un futuro gris, sí, poco romántico, pero en paz y libertad, no el que reivindica la violencia gloriosa de amaneceres rojos.