¿Dónde está la corrupción en el sistema educativo español?

En los últimos días, venimos oyendo quejas terroríficas sobre la corrupción de la Universidad Rey Juan Carlos, en un intento de situar el foco del desprecio y el descrédito en esta institución, como si la infección de la corrupción educativa se pudiese circunscribir a este centro. ¿Su delito? Que esta universidad creció gracias al Partido Popular y albergó y alberga profesores cercanos a ese partido. Todas las demás, la Universidad Complutense (donde hay una buena cantera de la izquierda y Podemos), la Universidad del País Vasco (donde han titulado desde la cárcel muchos etarras), la Carlos III o la Universidad Camilo José Cela (originadas y dominadas por el PSOE) serían templos inmaculados del saber, mientras que la URJC sería una cueva de ladrones. Desde este artículo nos proponemos dar una visión diferente sobre el tema.

Todo el sistema educativo español está corrompido

La mayor parte de la población escucha y asimila esa versión oficial. Sin ir más lejos, estos días he escuchado a varias personas en mi centro hacer chistes diciendo que si sus hijas suspendían en la universidad, las mandarían a la URJC, para acto seguido afirmar que “de todas formas ahora (y ese ahora quiere decir en realidad desde que se trata el tema del doctor Sánchez) los periodistas parece que no han pasado por la universidad y no saben que todas las tesis son compuestos de otras investigaciones.” Esta va a ser la tesis (sic) dominante en los próximos meses, no porque sea verdad o mentira, sino porque la caída de Sánchez acarrearía la caída de todos los que le han puesto allí (desde los neocomunistas de Podemos a los separatistas de Convergencia) y por ello el Gobierno PSOE, la televisión que controla (toda) y sus apoyos políticos van a hacer la vista gorda y pasar página lo antes posible. Sánchez será lo que sea, pero es su presidente. Defenestrar a Sánchez es convocar elecciones y eso les llevaría a todos (desde Podemos hasta el PNV) a una posición incierta, mientras que lo cierto es que ahora están en el poder.

Pero la realidad es muy diferente a esta versión mediática. Lo cierto es que todo el sistema educativo está corrompido como un lodazal. Es más, está tan corrompido que casi ninguno de sus integrantes (alumnos y profesores) se atreve a decir la verdad. Unos porque respiran ese aire viciado desde que ingresaron en el sistema y no son capaces ya de distinguir el aire puro; otros porque tienen intereses en que las cosas sigan siendo como son. Y cuando millones de personas (y hablamos de millones) se ven favorecidos por la corrupción, esta deja de ser tal para convertirse en lo normal. Eso es lo que explica la reacción de mis conocidos.

La corrupción es el oxígeno del sistema educativo

La corrupción del sistema educativo español no está en que una parte de los másteres de la URJC se haya dado de forma fraudulenta como prebenda política (lo que es una realidad), sino en que todo el sistema educativo es fraudulento en sí. Hoy todos sabemos que un titulo académico en España, sea del nivel educativo que fuere, no significa que la persona que lo posee tiene los conocimientos para los que el título faculta. Ni el título de primaria, ni el de secundaria, ni el de bachillerato, ni los universitarios garantizan (como es lógico que fuera) que la persona que lo ostenta tiene la capacidad que el título supone. Es más, estamos en un sistema tan corrupto, que ni siquiera ser profesor es garantía de nada, pues hay profesores que han aprobado las oposiciones ayudados por los miembros de los tribunales (en la universidad por puro enchufismo político al que llaman “endogamia” como el caso del doctor Sánchez y en primaria y secundaria por una bondad mal entendida que hace que los miembros de los tribunales no sean rígidos al evaluar los ejercicios de los candidatos). De eso es de lo que se han valido Sánchez, Casado, Cifuentes y todos los demás. ¿O acaso es casualidad que una gran parte de los diputados del PSOE sean y hayan sido doctores de Derecho constitucional?

De esta corrupción (a menor o mayor escala) es de la que se han valido miles de personas en España para ser docentes. ¿Eso quiere decir que todos los profesores están ahí sin mérito alguno? Desde luego que no. Yo soy profesor y fui el número uno de mi tribunal (éramos trescientos y solo había dos plazas). Y son también miles los que han alcanzado su plaza por mérito y capacidad. Y son miles los que investigan en la universidad dejándose muchas horas en los laboratorios. No hablamos de esto, sino de si es posible obtener las plazas sin tener ni mérito ni capacidad. Y la respuesta, tristemente, es sí. Y el caso del doctor Sánchez, como tantos otros que no alcanzan notoriedad mediática, lo demuestra. Como he oído decir esta semana, “eso es lo que es una investigación en la universidad”.

Esta corrupción global del sistema no trasciende a los medios, pero es una realidad cotidiana de la que, como de las almorranas, nadie se queja, pasando a ser ese oscuro lodazal en el que se desarrolla el llamado “proceso de enseñanza-aprendizaje” (obsérvese la pomposidad del término que nos evoca otras latitudes) en los centros. Ese es el aire en el que se desarrolla la vida académica. Como sabemos, las cosas que nos envuelven dejan de percibirse, como ocurre con el oxígeno que respiramos. ¿Si pasó en Alemania con el dolor invisible de los judíos en los años treinta cuando los reprimían por millones sin que “nadie se diese cuenta”, no va a pasar aquí con una cuestión mucho más difícilmente detectable?

Aprobad a toda costa y mirad hacia otro lado

Han sido las propias administraciones educativas autonómicas, siempre dirigidas o claudicantes ante el PSOE, quienes han presionado desde hace décadas a los docentes para que aumenten las tasas de aprobados en todos los niveles. La Junta de Andalucía, por ejemplo, dio miles de euros a cada docente que se apuntó a su Plan de Mejora (sic). Esta cantidad se cobraba por el profesor solo en caso de que este aumentase significativamente su porcentaje de aprobados. También en la Universidad, los profesores cobran hoy día un plus que depende de su tasa de aprobados. En secundaria, el profesor que suspende debe hacer un informe explicando por qué eso ocurre y los aprobados de despacho promulgados por la inspección educativa (siempre cercana al poder político) son una constante en los institutos cada verano. Esta situación ha determinado que los padres sean cada vez más conscientes de que, presionando al profesor, este acaba aprobando a su hijo y, por ello, las reclamaciones oficiales de notas son hoy un elemento cotidiano en los centros. Además, ese entorno cada vez más violento de los centros de secundaria, con acoso escolar a alumnos y agresiones a profesores, ha acabado conduciendo a los docentes a anticiparse a estos posibles problemas de la forma más sencilla y menos traumática. ¿Cómo? Aprobando de antemano a alumnos que, de otra manera, habrían suspendido. Eso no significa que todas las personas que tienen hoy un título en España hayan necesitado de esa connivencia corrupta. Nada más lejos de la realidad, pues hay y habrá miles de alumnos inteligentes y aplicados. De hecho, ellos son los primeros perjudicados por este perverso sistema de regalo de titulaciones, porque su mismo título lo han obtenido y lo obtendrán muchas otras personas que solo han podido obtenerlo gracias a una equivocada conmiseración por parte de los docentes. Unos aprueban y a otros los aprobamos. Yo mismo lo he hecho en ocasiones, presionado por diferentes circunstancias.

Dame pan y llámame listo

En todo caso, esa idea halagadora que hoy proclaman los políticos de que “los jóvenes se dejan la piel para sacarse el título”, esa idea demagógica de que cuesta un tremendo esfuerzo obtener un título es en términos generales una rotunda falsedad. Obtener un grado universitario en España es más fácil que nunca y el nivel medio de un universitario de 2018 está por debajo del de un alumno de COU de 1985. Esa es la realidad constatable por cualquier persona que no se deje llevar por la realidad falsificada de los medios.

Cualquier maestro sabe que hoy en día es muy raro que un alumno suspenda un curso. Cualquier profesor sabe que hoy en día una gran parte de los alumnos pasa por los institutos de curso en curso sin dominar los contenidos y es aprobada por no generarse problemas con padres e inspectores.  Cualquier persona que tenga hijos o familiares en la universidad sabe qué tipo de alumnado puede llegar allí y el nivel bajísimo de conocimientos que en muchos aspectos muestra. Ese es el caldo de cultivo que permite que una tesis no sea una tesis y un máster no sea un máster. Los políticos han diseñado un sistema del que millones de personas se aprovechan y ellos, al estar más arriba, simplemente, se aprovechan a un nivel superior. Los políticos, sobre todo los del PSOE, han ocupado la universidad como el “banquillo” de un equipo de fútbol. Mientras son suplentes, esperan pacientemente dando opiniones en los medios en tertulias y entrevistas y dominando la universidad hasta que un día les llaman para formar parte de listas electorales y se hacen diputados. El día que dejan el acta de diputados vuelven a sus clases universitarias y a crear estados de opinión desde los medios. Esa es la realidad de la universidad española desde que yo estudié y fui representante estudiantil universitario en los años ochenta. Pero no son solo ellos los corruptos, sino millones de personas que saben, repito saben perfectamente, que todo el sistema está corrupto y por eso no quieren dar clase en los grupos de responsabilidad de los institutos como 4º y sobre todo, 2º de Bachillerato, donde las presiones para el aprobado de los alumnos son brutales. Como decía antes, habrá personas absolutamente puras, pero yo no las he conocido hasta ahora.

Esa es la gran corrupción del sistema educativo de la que nadie va a hablar, porque hay tantas personas que la practican (empezando por mí mismo) y tantas otras que se favorecen o se avergüenzan de ella, que a nadie le interesa desenmascararla. Eso es lo que explica que pocos profesores quieran dar clase en el curso preuniversitario.

Los graduados en Económicas acaban de administrativos

Si se desenmascarase esta corrupción, llegarían muchos menos alumnos al bachillerato y a la universidad, con lo que miles de profesores irían directamente al paro. Eso sí, los graduados que saliesen de ella serían escogidos y no necesitarían hacer luego tres másteres para obtener un empleo acorde con su título, con lo que el gasto en educación disminuiría sensiblemente. ¿Quién gana con el sistema actual? El profesorado. ¿Quién pierde? La sociedad, que paga 8000 € anuales por cada alumno matriculado y curso universitario pues este es el coste real (descontado lo que paga en matrícula) de su asistencia a clase. Mucho de ese dinero es un dinero tirado directamente al mar, porque esos titulados no trabajarán de economistas o abogados nunca. Los profesores universitarios, mientras tanto, pueden dedicarse a diseñar másteres y vivir razonablemente bien dando clase a los posgraduados. Un chollo que pagamos toda la sociedad. Igual que el comunismo fabricaba productos inservibles, el socialismo se dedica a fabricar graduados inservibles.

Esta estrategia hiperprotectora y falsa conduce además, inevitablemente, a que alumnos mediocres o incluso malos no se enfrenten a su verdadera situación vital hasta cumplir la treintena o la cuarentena. Hoy hay una parte de la generación LOGSE que se encuentra con que, habiendo sido mimada por sus padres y aprobada con facilidad en colegio, instituto y universidad, es incapaz de hacer valer su título y fracasa a la hora de enfrentarse a las oposiciones o al conseguir un trabajo acorde con su teórica formación. Hay economistas que hacen trabajo de administrativos, graduados en Derecho de tele-operadores y un largo etcétera que todos conocemos.

Esa es la realidad, el traje nuevo del emperador que nadie se atreve a denunciar. Y por eso, seguiremos hablando de los másteres de Casado y de las tesis del doctor Sánchez, cuando son simplemente la guinda del enorme lodazal (y no la pregunta parlamentaria de Rivera según la acusación del doctor Sanchez ) en que han convertido los políticos la educación en España.

¿Hacia dónde va la España de Pedro Sánchez?

Tras la proclamación relámpago de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España, tras disiparse el humo y los efluvios del acto, nos vamos a atrever nosotros también a realizar una sencilla profecía. Se trata de un ejercicio acrobático, difícil y sin red, cuyo acierto o error se verá en los próximos meses.

La primera idea clave es que el Gobierno va a durar hasta que alguna de las formaciones que apoyan al Gobierno (singularmente el PSOE) crea que unas elecciones le favorecen y eso quiere decir que incluso se puede agotar la legislatura. Si esta moción de censura ha salido adelante es porque ninguno de los partidos, excepto Ciudadanos, quiere elecciones. Todos hablan de democracia, pero en estos momentos nadie quiere dar la voz a los ciudadanos, porque saben que ahora mismo Ciudadanos podría ganar holgadamente las elecciones. Muy especialmente, esto es válido para el PSOE, que va a intentar perpetuarse en el poder tras la siguiente cita electoral. Emplearán los dos años que les quedan, ya con presupuestos aprobados, en volcarse en la máquina propagandística para mostrarse como receptor natural del voto de centro izquierda. Otra cosa es que lo consigan, pues dependerá de la presión a la que le sometan los separatistas.

Si los separatistas se muestran firmes en sus posiciones (en ese falso diálogo que solo discute un punto: fijar la fecha y condiciones de los referéndums secesionistas en Cataluña, Vasconia y Navarra), Pedro Sánchez no podrá darles lo que piden (la vía a la secesión) sin romper su propio partido, pues socialistas en Castilla, Andalucía o Extremadura no podrán consentir la ruptura de la nación. Por tanto, Sánchez se vería abocado a un dilema: o mantener el Gobierno sobre un partido y una España rota (lo que es imposible) o sobre una España unida y un partido roto (lo que también sería imposible). Es decir, la crisis del PSOE sería terrible y la ruptura del PSOE (por la salida de una de las dos facciones) a medio o largo plazo, inevitable.

Pero es muy posible que los separatistas no quieran hoy elecciones tampoco y busquen una tregua táctica.. De hecho, hay ya un primer gesto de que esa tregua se puede producir y es que Torra ya ha pasado por el aro de proponer para su Gobierno consejeros nuevos, sin cargas judiciales pendientes. Los separatistas, tras el fallido golpe, van a volver a sus cuarteles de invierno, a reorganizarse y a acumular fuerzas para, andando el tiempo, cuando lo estimen oportuno, volver a la carga contra España para, esta vez sí, alcanzar sus objetivos finales y destruir la nación. Para contentar al electorado separatista, a Pugidemont y los suyos les van a bastar gestos de apaciguamiento por parte de Sánchez, como puedan ser inicialmente «mesas de diálogo» y el acercamiento de los sediciosos encarcelados a prisiones catalanas, Los separatistas saben que hoy por hoy no pueden conseguir mucho más, porque si Sánchez accediera al referéndum, el PSOE y la propia España saltaría en mil pedazos. Así que Torra, Puigdemont y compañía esperarán a que pase el tiempo y a que la acción del nuevo Ministerio de Justicia les permita a sus encarcelados incluso la libertad condicional antes del juicio. Es posble que, además, los separatistas prosigan ahora (con el consentimiento de Madrid) su acción en el exterior con sus embajadas y de seguro afinarán (gracias a los impuestos de todos los españoles) todo su aparato educativo, mediático y policial preparando el siguiente asalto contra España. La política de gestos cobrará enorme importancia durante estos meses, porque así podrán esconder y justificar que estén abandonando (tácticamente) el objetivo final. Eso sí; seguirán intentando armar a su Policía para el próximo choque con el Estado. Es decir, se trata de una tregua, nunca de una paz.

Caso parecido es el del PNV, que tampoco quiere elecciones y que también quiere justificarse ante su electorado. Sus movimientos hacia la vía catalana irán en aumento en este periodo. Tienen miedo de que una reacción de la ciudadanía española pudiese destronar a Sánchez y condujese a un Gobierno español que incluso pusiera en duda el cupo vasco. Se concentrarán sobre todo en acercar los presos etarras a las cárceles vascas y se volcarán en fingir un paisaje de reconciliación interna con la inestimable ayuda de los socialistas vascos. Los proetarras de Bildu navegarán en esa misma estela.

Los neocomunistas de Podemos intentarán dar a Sánchez el abrazo del oso. En mi opinión, Iglesias ha llegado al convencimiento por fin de que España no es Venezuela y de que, no habiendo en nuestra nación una clase social miserable que se conforme con subsistir gracias a subsidios (la base del populismo americano), su acceso al poder en solitario es imposible. Cuando se alejó de la careta comunista de IU se quejaba de que estaba llena de “pitufos gruñones”, pero él se ha convertido en el nuevo “pitufo gruñón”; eso sí, desde su nuevo chalé de Galapagar. Van a ser el socio más agrio de Sánchez y el que les va a proponer más problemas, pero menos de los que les gustaría porque su popularidad en España cada vez será menor.

¿Y si estas fuerzas son tan heterogéneas en qué pueden estar de acuerdo?

Pedro Sánchez ha sido llevado al poder por fuerzas muy dispares que solo tienen en común el deseo de romper el consenso constitucional de 1978 para sustituirlo por una república (o por varias, si añadimos la catalana y la vasca). Pero la política económica de PNV y Podemos es absolutamente irreconciliable, así que ¿en qué pueden estar de acuerdo todos?

En primer lugar, en el guerracivilismo que utilizó Felipe González y afiló dramáticamente Zapatero. La Ley de memoria histórica reunirá enormes cantidades de dinero e impondrá la visión estalinista de la historia de los años treinta, incluso con medidas coercitivas. Veremos series, películas, documentales y libros que seguirán en esta estela de enfrentamiento ochenta años después de la finalización del conflicto. ¿Por qué? Porque de ese guerracivilismo viene la culpabilizacón de la derecha española y su castración ideológica. De ahí es de donde extraen todos ellos el argumentario para deslegitimar la ideología liberal y nacional.

En segundo lugar, veremos un auge tremendo de todo lo que tenga que ver con el feminismo. Las campañas y el dinero que se va a donar al movimiento feminista van a ser también tremendos. A esta vorágine se sumarán presumiblemente también Ciudadanos y el PP, incapaces, como ya hemos visto, de articular un discurso propio y ecuánime sobre el tema.

En tercer lugar, la educación. La derogación/modificación de la LOMCE  va a ser cuestión de meses. Puede que no llegue ni a comenzar el nuevo curso académico. Es posible que no puedan a corto plazo sustituirla por otra ley por su falta de entendimiento interno, pero sí harán que cobren naturaleza el adoctrinamiento feminista, guerracivilista y antiespañol en las escuelas (sobre todo en las catalanas).

En cuarto lugar, la lucha contra la lengua española. Los procesos contra la lengua española en Navarra, Valencia y Asturias cobrarán mayor vigor y pronto se traducirán en medidas educativas y sociales que significarán el debilitamiento de los hispanohablantes y la fragmentación de la convivencia entre españoles dificultando la emigración al evitar el acceso a la función pública por medio de medidas lingüísticas.

En quinto lugar, gestos contra la Iglesia. Tampoco excesivos por dos razones. La primera porque en Cataluña y Vasconia, el clero se ha demostrado como manantial del separatismo desde siempre y, en segundo lugar, porque la Iglesia ya ha mostrado en estos meses su pasividad ante la destrucción de España. Parece mentira que una institución que no sería hoy nada sin la labor de España en América, no haya emitido una sola nota sobre Cataluña. Incluso, en determinados sectores eclesiásticos, la ideología está más cercana al PSOE que a la derecha liberal.

La reorganización de las fuerzas nacionales

Con la disipación del humo de la moción, un nuevo paisaje se nos dibuja. Hay unas fuerzas que se han unido a un lado para echar a Rajoy. Son las mismas fuerzas que estaban unidas en el llamado bando republicano durante la guerra civil: socialistas, comunistas y separatistas. Yo sé que no es esto lo que desearían los socialistas, pero las cosas por norma general, ocurren de una manera porque no pueden ocurrir de otra. Es el precio de haber seguido apostando hasta hoy por el guerracivilismo y haber preferido durante décadas a la derecha racista catalana y vasca a la derecha española. El PSOE, el verdadero hacedor cultural de la España en que vivimos, ha creado una sociedad en la que los viejos fantasmas de hace un siglo siguen en pie. No se puede invocar a los muertos impunemente. Porque ahora, nuevamente, esos muertos les han convocado. Y ellos, los socialistas, nuevamente, han acudido a su llamada y se han alineado juntos.

Y cuando un frente se alza ante ti, hay dos opciones: o ignorarlo o enfrentarlo. Rajoy optó, como toda la derecha española desde la transición, por ignorarlo, renunciando a actuar y a defender ideas y programa. Rajoy renunció a defender a la nación. Rivera ha demostrado hasta ahora su incapacidad para actuar y su incomprensión del desarrollo de los movimientos sociales que, en muchas ocasiones, se dan como resultado de un proceso de acción-reacción.. A cada palabra de los adversarios hay que responder con otra palabra. A cada acción de los adversarios, hay que responder con otra acción Eso se traduce hoy de la siguiente forma. A cada palabra de los enemigos de España hay que responder con otra palabra. A cada acción de los enemigos de España, hay que responder con otra acción. Y Rivera no está haciendo esto como vemos cada día en Cataluña, donde la población asiste al rearme separatista sin que nada se le oponga.

Como en tantos otros momentos de la historia, los españoles nos enfrentamos a la crisis nacional sin el apoyo de nuestra burguesía que, nuevamente, ha evidenciado su ceguera y falta de patriotismo, prefiriendo su cuenta de resultados a la cohesión nacional. No son conscientes, ni ellos ni tantos otros, de que, si desaparece España, gran parte de su negocio estará perdido. Sí son conscientes muchos españoles que comprenden que, si se rompe la nación, todo lo construido juntos desde hace milenios, desde los hospitales hasta las carreteras, se destruirá. Si son conscientes muchos españoles de que todos los lazos entre familiares de distintas regiones, todo lo amado y recorrido unidos en cordial convivencia, se destruirá. Y esos españoles, que son la mayoría, no quieren que eso se pierda.

La mayoría de los españoles queremos tener amigos y familiares en otras zonas de nuestro país y saber que algo más que la amistad nos une a ellos. Y ese algo más es España. La mayoría de los españoles queremos pasear por todas las regiones de España sintiéndonos en casa, comunicándonos en nuestra lengua común, que es el español. Y eso es España. La mayoría de los españoles sabemos que provenimos de un pasado unido en el que hemos vivido unidos hechos memorables y lamentables y que esa es nuestra historia.  Y eso es España. La mayoría de los españoles sabemos que somos una de las grandes naciones de Europa y que nuestra aportación a la historia de la humanidad es indiscutible. La mayoría de los españoles sabe que unidos somos más fuertes. Y eso es España.

Y por eso España sabe que se mantiene unida, como siempre ha sido desde la época romana, porque los españoles, a pesar de las minorías amargadas de cada zona y a pesar de nuestros torpes y egoístas caudillos, nos queremos y nos seguiremos queriendo. Porque España somos los españoles.

Eso es lo que cada español consciente debe explicar serenamente a cada español que no se da cuenta del tesoro que tiene. Y ahora toca defender ese tesoro.

Es el turno de las fuerzas nacionales y es momento de unidad. De la maestría en la operación de las fuerzas políticas nacionales depende el futuro de todos. Pero seamos optimistas. Que no quepa duda de que la idea política que consiga agrupar a su alrededor a los españoles conscientes, tendrá el poder en un futuro no muy lejano en sus manos. Y que no quepa duda de otra cosa: a lo largo de la historia los españoles siempre se han unido, de forma natural, cuando se tenían que unir. Ahora no será diferente.

¿Por qué Rajoy ha actuado así en Cataluña?

En los últimos meses muchos españoles han visto asombrados la actitud de Mariano Rajoy ante el desafío separatista. Se han escrito mil columnas diciendo que Rajoy intentaba contemporizar con quienes habían declarado abiertamente la secesión, quería intervenir sin hacerlo a fondo, prohibir sin reprimir, sanar una fractura abierta sin usar el bisturí… La mayor parte de los analistas señalaba que Rajoy intentaba lo imposible: Dar una solución judicial a un problema que es político.

 Y el resultado es evidente. Rajoy es ya el ex presidente de España y el separatista Torra es ya el nuevo presidente de Cataluña. Esos son los datos objetivos. Uno ha sido derrotado y el otro ha resultado triunfador.

Pero de ahí surge una pregunta importante a la que sin embargo no se ha dado respuesta: ¿Por qué Rajoy ha actuado así? ¿Qué le ha llevado a acabar en el fondo de un precipicio del que le avisaban tantísimas personas?  

Yo voy a plantear mis ideas sobre este particular. Más que nada, porque ninguno de estos tertulianos pueden decir lo que opinan sobre este particular.

 

Rajoy, antes que nada, es el representante del Ibex35

 La primera idea, y fundamental, es que Rajoy, como todo presidente en una gran economía de mercado, es en realidad, un representante indirecto del gran poder financiero. Esta idea no es mía. Se trata de un planteamiento marxista ortodoxo. La clase dominante, la gran banca y la gran burguesía (lo que llama Podemos el Ibex 35) son quienes controlan el poder a través de partidos políticos que gestionan el sistema para defender sus intereses de clase. Esta es la misión fundamental de Rajoy y de cualquier presidente.

Rajoy es aupado al poder por el voto de los ciudadanos, por supuesto que sí: pero para que eso sea posible Rajoy necesita muchísimo dinero y muchas horas de proyección pública. Y ese dinero para financiar las campañas lo dan los bancos y esa proyección pública para llevar el mensaje a la ciudadanía la dan los medios de comunicación controlados por los grupos industriales, que son quienes poseen y financian a las cadenas de radio, prensa y televisión a través de los anuncios. Quien no obtiene el beneplácito de estas dos fuerzas (banca e industria) se ve incapacitado para llevar su mensaje a la población y, por tanto, no consigue votantes entre la mayor parte de los ciudadanos, que no son personas que buscan información política por su propia cuenta, sino que se informan pasivamente a través de seguir programas como “El intermedio”, los telediarios, El País o el Abc o incluso ni siquiera se informan. Si no quieren quienes dominan los medios, no te dejan aparecer en sus canales. Esto es lo que explica las dificultades que tuvo UPyD para aparecer en los medios (sobre todo tras denunciar a la gran banca en el caso de Bankia) o las que tiene VOX para tener proyección pública actualmente. Los medios no les apoyan y así ellos no aparecen en las encuestas y por tanto, para la población pasiva, no existen. Es un círculo vicioso porque no son vistos como opciones útiles de voto, aunque potencialmente podrían tener muchos seguidores.

 ¿Qué defienden los poderosos sobre el caso catalán?

 Luego es imposible explicarse el comportamiento de ningún presidente del Gobierno de España sin atender a los deseos de los propietarios y directivos de los grandes bancos y de las empresas más importantes. ¿Y cuál ha sido el deseo del Banco de Santander, de Bankia o de La Caixa durante los últimos cuarenta años en relación con Cataluña?  ¿Cuál ha sido el deseo de El Corte Inglés, de Telefónica, de Repsol y de las grandes empresas españolas? Pues no hacer nada: defender el crecimiento económico sin atender a nada más. Pues justamente eso es lo que ha hecho Mariano Rajoy: nada.

Un solo ejemplo: La posición del Banco de Santander ante el conflicto catalán

 El Santander es el banco más importante de España. Financia con cuantiosas campañas a todos los medios de comunicación españoles. No hay por tanto articulista que pueda escribir en su contra, pues el periódico le pondría en la calle más pronto que tarde. Ellos lo saben y los veremos criticar a políticos y gobernantes, pero no a empresas ni a empresarios porque saben que, en el fondo, quienes financian y dominan los medios de comunicación son ellos. El pasado lunes 21 de mayo la presidente del Banco de Santander, Ana Patricia Botín, afirmaba en la Cadena Ser que “había que enamorar de nuevo a los catalanes del proyecto español”. Es decir, tras un golpe de estado y una proclamación de independencia, la máxima accionista del mayor banco de España no pedía el respeto y cumplimiento de la ley ni pedía proteger los derechos de los catalanes que quieren seguir siendo españoles, sino que señalaba que los catalanes son “a los que hay que enamorar” (no a los que ya están enamorados, que son los catalanes españolistas) y que es España quien debe enamorarlos. La traducción política de estas palabras es evidente: Hay que realizar nuevas concesiones a los separatistas catalanes para que se enamoren de España. ¿Explica esto la política de Rajoy? Yo creo que lo explica todo.

 ¿Por qué el poder económico no aboga por soluciones ejemplares y represivas  en Cataluña?

Así pues, la pregunta de “¿por qué Rajoy ha actuado así en Cataluña?” se debe convertir en “¿por qué´las grandes empresas actúan así en Cataluña?” Y solo hay una respuesta: la idea de las grandes corporaciones es “hagamos dinero hoy y mañana ya veremos”.  Si hay conflicto social, el consumo se verá afectado y eso significa perder dinero. Es más importante para ellos el dinero que la patria. Eso explica su comportamiento. Entre que se debilite la nación y que baje su cuenta de resultados, eligen su cuenta de resultados. 

Esto es una opción miope porque solo conduce, como hemos visto desde 1978, a postergar un enfrentamiento que se acabará produciendo indefectiblemente, ya que el bando separatista no tiene ninguna capacidad de negociación: o nos separamos o nos separamos. Cada año que se posterga el enfrentamiento abierto con la ideología separatista y con sus acciones delictivas es un año en que ese grupo se fortalece, por lo que cada vez se tiene mayor temor a enfrentarlo. La conclusión es obvia. El enfrentamiento se producirá cuando sea inevitable y en ese momento sus consecuencias serán más graves. Para entonces, eso sí, sus cuentas de resultados ya tendrán guardados y bien guardados sus beneficios.

Esto tiene unas causas y es la debilidad histórica de la burguesía española y su escaso patriotismo. Pero este es otro tema más largo y en el que me extenderé en otra ocasión.

¿Hacia la guerra civil?

Desgraciadamente, España se enfrenta a la mayor crisis nacional desde la Guerra Civil. No ha habido en los últimos cien años mayor peligro de disgregación nacional y de enfrentamiento entre los españoles que los acontecimientos que estamos viviendo estos días.

Estamos ante la mayor crisis nacional desde 1939

Ni siquiera los años posteriores a la muerte de Franco o el golpe de Estado de 1981 habían llevado a las calles y a la vida cotidiana de los españoles el clima de crispación nacional que hoy, desgraciadamente, vivimos. En aquellos tiempos, por supuesto, fuimos espectadores y partícipes de actos violentos y asesinatos políticos, pero la violencia era ejercida y sufrida directamente por una minoría de la población. Fuera la ETA, fueran facciones terroristas de extrema derecha, lo cierto es que sus actos violentos en ningún momento supusieron un peligro real de quiebra del sistema político ni de ruptura de la unidad nacional. Ni en sus mejores sueños tuvo la ETA  la capacidad de situar la independencia de Vasconia en la agenda política cotidiana. Eran, en el fondo, un grupo de rudimentarios asesinos sin otro horizonte que la violencia.  Incluso durante el golpe de estado de 1981, la violencia ejercida por algunos  sectores del Ejército duró horas escasas y no supuso quiebra alguna de los partidos democráticos. Nunca se produjo en los años anteriores una crisis de estado como la que ahora enfrentamos.

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Y esto debido a una razón esencial: durante la Transición, todos los partidos políticos nacionales apoyaban el régimen constitucional y los nacionalismos dominantes iniciaban su camino hacia la secesión de forma hipócrita, fingiéndose leales al Estado de derecho para ir despojando a España, uno por uno, de sus mecanismos estatales de igualdad democrática (educación, policía, sanidad, etc.). El extremismo nacionalista era marginal.

La crisis del modelo de 1978

Pero, por diferentes razones que ahora no analizaremos, hay cambios esenciales en la situación. Por un lado, los partidos nacionalistas catalanes se han radicalizado hasta adoptar ya posturas abiertamente independentistas y por el otro, el surgimiento del neocomunismo y su irrupción en el Congreso con un grupo de diputados muy numeroso ha conducido al sistema constitucional de 1978 al momento de mayor crisis de su historia. Los acontecimientos de Cataluña demuestran esta crisis y a la vez, la postura de los partidos neocomunista y separatistas ante los mismos suponen en la práctica la destrucción del consenso constitucional alcanzado con grandes esfuerzos para poder instaurar la democracia en nuestra nación.

España, como nunca desde los tiempos de la República, está dividida. Hay un porcentaje amplio de la población que apuesta  ya, sin ambages, por la ruptura del pacto social de 1978, aunque no pueda ofrecer un pacto nuevo con más apoyos que el vigente. La aceptación de unos valores comunes por parte de los españoles, encarnados en el voto masivo a la Constitución de 1978 ya no existe. Creo que hoy día, sería prácticamente imposible no ya votar una nueva constitución, sino ni siquiera redactarla. No habría consenso. Y eso quiere decir, digámoslo claro, que una parte de la sociedad se niega al consenso que es la asunción del pacto de mínimos más amplio posible. Hoy los mínimos de los neocomunistas pasan por establecer una república inspirada en los años treinta  y los de los separatistas por la posibilidad de independizarse. En esas bases, los mínimos pasan a ser máximos por lo que el consenso es, simplemente, imposible.

Es por ello también que las posturas equidistantes alumbradas desde el PSOE y sus altavoces mediáticos en las que se pide diálogo entre las partes (incluyendo ese movimiento supuestamente espontáneo de las camisetas blancas que surgió ayer) está condenado de salida al fracaso. No hay nada que negociar porque las posturas son absolutamente irreconciliables y no tendrán jamás acuerdo. Chamberlain tuvo que dar paso a Churchill tras intentar apaciguar a Hitler. No hay tercera vía y cuánto antes lo comprendan los socialistas y quienes les siguen, mejor para España y para los españoles.

La similitud de la situación actual con la de los años treinta.

Puestas así las cosas, resulta harto significativa la similitud de los acontecimientos que vivimos con la que se vivió en España a partir de 1930 y sobre todo, a partir de 1934-35. Explicaremos sencillamente esta idea. En 1930 las organizaciones republicanas, el PSOE y las organizaciones catalanistas sellaron el Pacto de San Sebastián, un pacto unitario para acabar con la monarquía e instaurar la república. Sus planes dieron fruto pocos meses después, en abril de 1931. El bloque actual es parecido: se ha producido una confluencia de intereses entre los separatistas catalanes y Podemos. Ambas fuerzas quieren acabar con el sistema. Dos fuerzas inicialmente enfrentadas por ser de izquierdas y de derechas, abandonaban sus diferencias para unirse contra la monarquía. Eso mismo ocurre ahora.

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Otra similitud de la situación actual con la de los años treinta es la aparición en el tablero catalán de una fuerza de reminiscencias proletarias. Esta fuerza nueva es muy agresiva y muy amiga de la acción directa. Están dispuestos a la violencia con tal de destruir la unidad de España y el propio sistema capitalista. La agresividad de esta fuerza es tal que ha polarizado el debate catalán arrastrando a sus posturas extremistas a Esquerra Republicana primero y a la burguesía catalana después. Es la nueva CNT y se llaman la CUP.

Finalmente, el PSOE, el partido mayoritario histórico, se debate en una potente crisis histórica y ha perdido evidentemente la capacidad de liderar el proceso, tal y como le ocurrió desde el inicio de la guerra. Un partido reformista poco tiene que ofrecer cuando la alternativa supone tomar partido entre la conservación del orden y la sustitución violenta del mismo. En ese terreno, simplemente no hay espacio para la reformas. Y así, sus dirigentes (en tanto en cuanto no se solvente la crisis de Estado) se dividirán entre quienes apoyen las políticas de derechas y quienes se vean arrastrados por los neocomunistas (como ya les ocurrió en los años treinta, acabando de satélites del viejo PCE exceptuando a Besteiro y otros dirigentes antiguos que serían hoy las figuras de González o Guerra). Ese mismo papel subsidiario y a remolque de los comunistas ya se ha comenzado a dar y la política dubitativa de Pedro Sánchez es muestra de ella.

 

¿Quién nos quiere llevar a la guerra y por qué?

Estas semanas diferentes personas cercanas me han dicho que tenían miedo de lo que pueda ocurrir y, efectivamente, lo cierto es que la ruptura del consenso no va a solventarse probablemente en mucho tiempo y por ello, la radicalización de la situación política española es un riesgo que vamos a vivir en los próximos años.

Lo que cualquier español debe comprender es que una nación, y más la nuestra, España, se fundamenta en un complejo equilibrio de fuerzas que se sostiene unido por la aceptación de unas normas comunes. Esas normas comunes son las leyes y más en concreto, la Constitución.

Hay que ser claros y coherentes: estar en contra del régimen constitucional de 1978 (sobre todo si no se asegura un nuevo marco de convivencia con más apoyos que el anterior) supone en la práctica romper ese equilibrio y abogar por el enfrentamiento entre españoles. Si no hay Constitución (y no la hay para Podemos y los separatistas), se abre obligatoriamente un  periodo de desequilibrio y tensiones que no puede arreglarse salvo con un enfrentamiento civil en el que una parte venza a la otra. Es decir, como ya dije yo desde el principio en otros artículos del blog, el objetivo último de Podemos es quebrar el orden constitucional para imponer su ideario comunista y eso, en la práctica, supone conducirnos a una nueva guerra civil. Tras la “sonrisa de un país” (cínico eslogan en las últimas elecciones) y la dialéctica cursi que gastan Iglesias y los suyos está la ambición, cada vez menos ocultada, de acabar con el régimen actual. Y como esto será imposible (pues una gran parte de los españoles de toda condición no lo consentirán sin oponerse con vigor, (empezando por el tejido empresarial y acabando por el pueblo llano, como hemos visto estos días), el apoyo a las tesis de Podemos supone, inevitablemente, iniciar el camino hacia la guerra civil. No es ninguna casualidad que los neocomunistas se estén aliando (de nuevo, casi cien años después) con las fuerzas separatistas. Su intención, ya evidente a todas luces, es volver a formar un Frente Popular. Falta saber si el PSOE de Sánchez secundará finalmente su fatídico empeño.

Ley o Revolución

Así pues, todas las personas bienintencionadas y pacíficas que les están votando, tienen que pensar hasta qué punto están dispuestas a seguir el acoso y derribo del consenso constitucional, hasta qué punto quieren quebrar la convivencia pacífica que hoy disfrutamos y hasta qué punto creen que merece la pena jugarse la vida propia y la de los demás por sus ideales (que han fracasado en todas partes donde se han puesto en práctica desde Rusia a Venezuela pasando por Cuba).

A esto se me podrá objetar que por qué han de aceptar los neocomunistas un consenso en el que las actuales clases favorecidas sigan siendo favorecidas y ellos sean los perjudicados. La respuesta en tan obvio como dura y simple: porque es ese el equilibrio actual y es el que nos mantiene en paz. Esa es la Ley que consensuamos entre todos. Ni más ni menos. El Estado y la sociedad se sostiene (y se sostiene bien como podemos ver en los niveles de bienestar que hemos alcanzado por encima de los de Cuba o Venezuela) gracias a este equilibrio existente. Al imperio de la Ley sostenido por medio de cuerpos de hombres armados para hacer cumplir las leyes. Lo contrario es el Oeste, la intimidación, el odio y la violencia, tal y como hemos visto estos días. Dinamitar los cimientos del edificio, ha de suponer, inevitablemente, que el edificio caiga. Y eso supone, también de forma inevitable, violencia. Y como los inquilinos actuales, que viven en paz, no lo van a permitir y además tienen de su lado las leyes y el aparato coercitivo del Estado, el enfrentamiento social está servido. Como bien sabe Iglesias, el que conduce el convoy, es imposible hacer una tortilla sin romper los huevos. Es imposible zarandear la sociedad sin que ejercer la violencia y quebrar las leyes. Es imposible que el Frente Popular venza salvo por el uso de la violencia, tal y como también se está demostrando en Barcelona estos días.

 

¿Qué lecciones debemos aprender del pasado? Barcelona como laboratorio.

Afortunadamente, la Barcelona y la Cataluña del 1 de octubre es un experimento, un enorme laboratorio que nos conduce al pasado del Frente Popular y al futuro de nuestra patria, porque en esencia, las fuerzas que contienden ahora mismo es Cataluña son las herederas de las que contendieron hace casi cien años

El pasado español nos enseña varias cosas. La primera, que a una guerra civil no se llega de la noche a la mañana. La historiografía comunista española ha idealizado falsariamente la República y ha retratado la guerra civil como la consecuencia de un golpe de Estado contra la población. Este relato es de un simplismo atroz y ha tenido como consecuencia que los españoles de hoy no sean capaces de discernir con claridad lo que supone entrar por la senda de la negación de la legalidad vigente. Cuando se niega la Ley, solo hay una alternativa: la Revolución. Y no existen revoluciones sin muertos ni enfrentamientos civiles. Eso mismo es lo que acabó ocurriendo en 1936. La reacción militar y social ante un proceso revolucionario que se había iniciado en 1930.

El golpe de 1936 y sus causas

Así mismo, las últimas investigaciones históricas que demuestran que la victoria electoral del Frente Popular fue un fraude (que nos recuerda a los episodios vividos en Barcelona este 1 de octubre de 2017 con las urnas que llegaban a los colegios ya llenas de papeletas) arrojan una luz y un enfoque distinto sobre lo ocurrido en 1936 y explican mejor que el relato comunista que nos enseñaron en el colegio por qué una gran parte de la población española apoyó la insurrección militar encabezada por Franco. No se engañen: sin ese apoyo popular el triunfo de Franco habría sido imposible. Y muchas de las personas que apoyaron (de forma activa o pasiva) el golpe de estado de 1936 no lo hicieron por que fueran más o menos militaristas o fascistas, sino porque comprendieron que España estaba en una situación anárquica. Baste recordar que entre febrero de 1936 y julio del mismo año había tres asesinatos políticos diarios. Lean por favor las memorias de personas tan poco «fascistas» como Orwell o José Luis Sampedro, cuando reflejan como se vivía esa revolución idílica en las calles. En una situación de inseguridad así, con la crispación general que esto supone y que ahora podemos ver en Barcelona como si fuera un laboratorio, ¿cuántos de nosotros hoy no desearíamos una vuelta al orden y al trabajo y a la paz social? ?¿cuántos no estarían temerosos de ver grupos de jóvenes armados  de la CUP irrumpiendo en los comercios? ¿No es acaso justamente la quiebra de la convivencia lo que más temen las personas normales de Barcelona a día de hoy?

¿Qué ocurrirá en el futuro?

Pero hay motivos para no caer en el desánimo y en el temor infundado. Hoy son muchísimas las diferencias que nos separan de aquellos meses aciagos.

El fundamental, la creación de una clase media que entonces no existía. La huida de depósitos de catalanes temerosos de la independencia y de la anarquía subsiguiente es una muestra de la fuerza que hoy tienen estas capas y de lo rápidamente que se desengañarían los propios separatistas al comenzar la violencia en serio con las CUP dominando las calles (y no les quepa duda de que empezaría como ya se ha empezado a ver). Si en los años treinta, una gran masa de campesinos y de obreros pudieron ser objeto de la propaganda comunista fue debido a sus paupérrimas condiciones de vida. El odio y la violencia surgen, inevitablemente en la pobreza. Eso no quiere decir que no puedan surgir en la riqueza, pero en la pobreza son efecto seguro. En una situación económica como la actual, el techo de los comunistas es el 10% de la población. Tiene algo más por el tremendo apoyo mediático de la Sexta y su grupo, pero nunca llegarán al 20%. Y ni con un 30%  se puede hacer triunfar una revolución si el otro 70% se organiza mínimamente,

En segundo lugar, la ausencia de armas en el bando del nuevo Frente Popular. La población entonces tenía armas de la Revolución de 1934 y hoy no. Yo no descarto que la Generalidad haya comprado en el mercado negro en los últimos veinte años fusiles y otras armas ligeras (de hecho sabemos que lo ha intentado), pero en una guerra convencional contra un Ejército profesional el enfrentamiento actual sería rápido. La capacidad de corromper el Ejército al estilo venezolano en España es casi imposible.

En tercer lugar, el Ejército español es profesional y eso dificulta enormemente la infiltración de elementos comunistas en sus estructuras. Hoy la división del Ejército ante una eventualidad así es casi imposible.

En cuarto lugar, la fuerte presencia de una inmigración de origen hispano en España como muy bien saben los separatistas vascos y catalanas. Precisamente esta es la razón por la que los separatistas han impulsado una inmigración de musulmanes en Cataluña. Las masas latinoamericanas de Ecuador o Colombia han venido aquí justo a vivir en paz y a alcanzar unas cotas de bienestar que no tienen en sus países de origen. Están agradecidos a España y defienden nuestro idioma. Pocos de estos emigrantes apoyarán las ideas del nuevo Frente Popular. Solo el hundimiento de la economía nacional podría alterar esto.

Y el quinto y definitivo: la integración europea. Hoy un proceso revolucionario en España sería contestado sin contemplaciones por Francia y Alemania. Mientras la UE esté en pie, este proceso es muy difícil.

Dicho de otro modo, para que Pablo Iglesias y los suyos puedan arrastrarnos a una guerra civil se necesita que la economía española se hunda y que la Unión Europea se rompa. Si esas dos circunstancias se dieran, entonces, todos los que votan a los neocomunistas Podemos se dividirían en dos grupos: los que comenzarían a ejercer la violencia callejera e institucional y los que asistirían estupefactos y luego asqueados (creyéndose inocentes) a sus actos. Y, entonces sí, de ahí a una nueva guerra civil no habría más que un paso.

Ahí es donde nos quieren conducir Pablo Iglesias, Oriol Junqueras y la CUP. Que nadie se lleve a engaño, por favor.

El socialismo se muere de éxito

Sí, han leído bien. El socialismo está muriendo de éxito. Esa es mi opinión. Y voy a argumentarla brevemente.

Lo primero que quiero hacer es definir qué entiendo por socialismo en este artículo. Y no me refiero aquí al término empleado por Marx, como ideología que busca la superación de la sociedad capitalista en una sociedad sin clases, sino que me refiero a lo que modernamente se ha llamado socialismo democrático o socialdemocracia. Es decir, a la ideología del conjunto de partidos que formaron la antigua Segunda Internacional y más modernamente denominada Internacional Socialista (PSOE, PSF, SPD, PASOK, PSI, etc). que consiste básicamente en un capitalismo con un nivel de impuestos muy fuerte que a su vez garantice subsidios y un sistema educativo y sanitario gratuitos. Algo que era un sueño para los socialdemócratas en 1915 y que convirtieron en su razón de ser, en su gran objetivo estratégico. Mientras tanto, los comunistas construyeron la URSS con los resultados de todos conocidos.

Pero en los últimos años, todos estos partidos socialistas están sufriendo un importantísimo retroceso. Comenzó la debacle con el fin del Partido Socialista Italiano, al que siguió luego el griego PASOK y al que se han sucedido las importantísimas crisis que sufre la socialdemocracia en Reino Unido, Alemania, en España y ahora también en Francia, donde el otrora poderoso PSF no ha llegado al 7% de los votos en las últimas elecciones.

¿Y por qué ocurre esto? Hay diferentes causas o razones, pero en mi modesta opinión, lo fundamental es que la ideología que dio lugar al surgimiento de la socialdemócrata a principios del siglo XX (apuntalamiento del estado del bienestar dentro del sistema capitalista, subsidios sociales, alto nivel de impuestos, libertades democráticas) son hoy una realidad en toda Europa. Es más, mientras que en los inicios del siglo XX o en otros países, como en Estados Unidos, las fuerzas de derechas no apoyan estas políticas y se oponen furiosamente a las mismas (defendiendo por tanto un modelo abiertamente liberal), lo cierto es que la derecha europea ha hecho suyas estas políticas hasta el punto de que si nos fijamos, sea el país que fuere en el que gobierne la derecha, lo cierto es que no acaban ni con subsidios, ni con los altos niveles impositivos, ni con el aborto ni con el divorcio, ni con un amplio gasto en educación y sanidad. Esa es, digan lo que digan, la verdad. Y por ello, el socialismo democrático, alcanzados sus objetivos fundacionales,  tiene dos opciones: o fusionarse realmente en un mismo cuerpo político con quien en la práctica defiende las mismas ideas (la derecha) o bien lanzarse hacia la extrema izquierda, asumiendo postulado políticos que tradicionalmente han sido propios del comunismo o de ideologías ajenas al socialismo originario (feminismo, ecologismo, animalismo…).

Defender que el socialismo fue anticapitalista y extremista, como defienden algunos militantes, es una falta a la verdad. ¿O acaso no fue el PSOE quien realizó la reconversión en los años ochenta, privatizó las empresas públicas, aprobó el aborto, diseñó el sistema educativo y sanitario que tenemos y nos metió en la OTAN?  ¿Cuál de esas políticas ha sido derogada por el Partido Popular? Ninguna.

Hoy, se pongan como se pongan las bases socialistas y algunos de sus dirigentes, lo cierto es que desde postulados socialdemócratas ya no hay margen para enfrentarse a la derecha real, porque la derecha se ha echado a la izquierda hasta confundirse con ella como si dos líquidos echados en un mismo recipiente se hubieran acabado mezclando hasta hacerse indistinguibles uno de otro y conformar una sola sustancia.

Afortunadamente, esa sustancia es la de la moderación y el consenso. Espero que los socialistas se den cuenta de su triunfo real y no se echen a la izquierda para convertirse en lo que nunca fueron: comunistas.

Es tiempo de unirse frente a los extremismos, que solo pueden medrar si las personas buenas y sensatas nos fijamos más en lo muchísimo que tenemos en común que en lo poco que nos separa.. Quiera Dios que seamos capaces de mirar a los demás con empatía para verlo.

Los que aprobamos somos nosotros

La entrevista publicada el 22 de enero de 2017 con el ministro Méndez de Vigo en El País no tenía desperdicio. Tal es así que quizá en próximas entradas la analicemos más en profundidad. El eco de la misma ha llegado a todos los grupos de profesores que hay en la Red provocando furiosos comentarios. Lo más llamativo son sus declaraciones sobre los suspensos que el propio periodista usaba como titular: “He comprendido que repetir curso no es la solución”.

Efectivamente, amigos, el pobre ministro por fin, rodeado por todas partes de los más sesudos exorcistas de la nueva pedagogía ha comprendido. Antes era tonto (al fin y al cabo, es un asqueroso del PP), y no comprendía. Era como San Pablo antes de caerse del caballo. Pero por fin se hizo la Luz y él mismo, no ha tenido más remedio que cambiar de forma de pensar y abrazar enfervorizado el credo de la pedagogía innovadora. ¡Aleluya!

Hablando un poco más en serio, sus declaraciones me recuerdan a las de los judíos quemados en las hogueras por la Inquisición o a las de los pobres rusos asesinados por Stalin en los procesos de Moscú tras confesar sus crímenes contra el estado soviético. No creo que tampoco Méndez de Vigo vaya a correr mejor suerte. Por mucho que Méndez critique a Wert, se haga el progresista y haga la ley más chachi y más guay, siempre le van a tachar de facha y de reaccionario. ¡A la hoguera! Es lo que tiene ser del PP y tener en contra a Wyoming y compañía.

Y claro que todos sabemos que lo que ha dicho el ministro es mentira. Por supuesto que cualquiera que ha dado clase (un maestro, un profesor y hasta un burro de Goya, que también los hay) sabe que la repetición de curso es buena con los buenos alumnos, con los recuperables, con los que han cometido un error, con los que se han abandonado a la molicie porque sus padres lo han consentido o porque se han dejado influir por sus compañeros. Cualquier persona que da clase sabe además que con los alumnos a los que no les ayuda la repetición, no sirve nada más que dejarles pasar de curso para que fastidien a sus compañeros y perviertan el sistema educativo. Decir que la repetición no sirve, tal y como afirman los progres, quiere decir en la práctica (obviamente) que lo que sí sirve es dejar pasar a todos los alumnos que deberían suspender. ¿Alguien se imagina una clase de esquí (o de cualquier cosa, oiga) en la que los que no quieren estudiar retrasen a los que sí quieren hacerlo?

Porque es que además, cualquier persona que da clase sabe que hoy en día solo suspenden los alumnos que no quieren aprobar, los que no van a clase o van como si no fueran. El sistema da a estas criaturas de Dios mil opciones, programas de refuerzo y diversificaciones para que aprueben sin saber absolutamente nada y es tan triste todo que hasta obtienen todos estos seres humanos la misma titulación, tanto el mastuerzo que no pega un palo al agua como aquel héroe (o heroína, que también conocemos esta palabra) que se esfuerza.

¡Como no nos vamos a encender los que damos clase (los maestros, los profesores y hasta los burros de Goya, que también los hay)! ¡Y por eso incendiamos las redes! ¡Por supuesto!

Y eso que no decimos en los claustros, ni en las salas de profesores, ni en las Redes que quien aprueba a esos alumnos son los ministros y los inspectores. Los que firman las notas son el ministro y nuestro inspector. Los que se ponen nerviosos (¿por qué?) cuando llegan las evaluaciones son ellos. Los que votan levantando la mano en los equipos educativos para que el mastuerzo titule aunque tenga dos, tres y hasta cuatro suspensas no somos nosotros, sino el ministro y el director. Los que sabemos hasta qué punto nos corrompen/nos corrompemos somos nosotros.

Los que sostenemos la mentira que cuentan todos los demás somos nosotros con nuestra firma en las actas de evaluación. Y los que luego le echamos las culpas al ministro, al director, a los padres y a todo el mundo menos a nosotros mismos, somos nosotros también.

Y todo eso no es propio de maestros, ni de profesores valientes y comprometidos, sino de los burros de Goya (que también daban clase).

 

La culpa de que no haya reválidas es de Franco

Ministerio de Educación, Madrid

En un artículo anterior, analizaba por qué el pacto educativo ha sido muy difícil en los últimos cuarenta años. Decía que había cinco sectores con poder social que situaban sus intereses como grupos por encima del interés social y del de los estudiantes. Esos cinco grupos son profesores universitarios, los partidos separatistas, los sindicatos y partidos de izquierda, la Iglesia y los centros concertados y los profesores de secundaria y maestros. Hoy quiero tratar las ampollas concretas que levantan las reválidas. ¿Por qué han sido  y son las reválidas la línea del frente de esta guerra educativa?

¿Qué son y a qué llamamos reválidas?

Las reválidas son exámenes que dan lugar a la obtención del título académico correspondiente. En Europa existen las reválidas en bachillerato en todos los países excepto en tres: Suecia, Turquía y España. Estos exámenes garantizan que los aprendizajes de todos los alumnos del país son similares pues las pruebas son organizadas estatalmente.

¿Por qué son buenas las reválidas o exámenes externos?

Aportemos el sentido común. Cuando contratamos un hotel o pensamos ir a un restaurante o hacemos cualquier compra, ¿acaso no acudimos a evaluaciones externas?, ¿o bien nos fiamos de la propia propaganda del local en cuestión sin obtener otras fuentes de información? Dicho de otra manera, ¿por qué existe la Guía Michelín o por qué seguimos los comentarios del Trip Advisor, el Airbnb o Booking? Pues porque son evaluaciones externas, reválidas. ¿Por qué pedimos auditorías en las cuentas de partidos y empresas? Pues porque son evaluaciones externas. ¿O es que a alguien le parece serio que un restaurante se posicione según su propia valoración en la Guía Michelín o un hotel se haga sus propios comentarios en Booking?

Las evaluaciones externas son una garantía de calidad.

Si los títulos dependen de los profesores de cada instituto, todos van a tender a dar por bueno lo que sea, pues si suspenden mucho, su propio trabajo será cuestionado. Es igual que si un cocinero pusiera en la puerta de su local. Aquí, el 50% de los platos están por debajo del 5. ¿Quién va a hacer eso?

¿Pero es que acaso quien paga el sistema educativo, la sociedad, no tiene derecho a evaluarlo?

Obviamente, sí. Es una cuestión de pura lógica y sentido común. Es la forma, además, de garantizar que el trabajo de profesores, alumnos y demás implicados en el sistema es correcto y que el dinero que se invierte en educación y se paga a los profesores está bien invertido. Los profesores universitarios se quejan de que los alumnos de los institutos están mal preparadores y echan la culpa a los de secundaria, y éstos a los maestros… Todos queremos ir a un hospital y que médicos, enfermeros, auxiliares y celadores estén bien preparados y sean amables. Las empresas quieren contratar graduados en Económicas que sepan su trabajo. Esto en España no está garantizado.

Además, las reválidas sirven para que haya una garantía de igualdad de derechos en todos los institutos de España. Al pasar el mismo examen final, todos los profesores se ven forzados a dar los mismos niveles en los centros de los barrios más humildes y en los pudientes y no como ocurre ahora, cuando los sectores más humildes reciben una educación de segunda categoría porque los profesores “se adaptan al contexto”. Hoy, lo cierto, es que el nivel de los institutos es radicalmente distinto. Todo el mundo sabe que las notas de Bachillerato o 4º de ESO se ponen en función de las necesidades de los alumnos para obtener una nota alta que les garantice el acceso a la universidad y la permeabilidad del claustro de profesores a estas presiones. Muchos padres cambian a sus hijos de instituto para llevarlos a los más “benevolentes”. Todo esto acabaría con las reválidas.

Las reválidas se parecen al cuento del traje del emperador (¿recuerdan?: ese que hacen un traje de mentira a un emperador que solo pueden ver los capaces para su cargo) porque son la prueba que  nos van a decir si el emperador va desnudo o vestido realmente; es decir, si el sistema es bueno o malo.

Entonces si son tan buenas… ¿por qué nadie quiere las reválidas?

Pues la respuesta está en el inicio de esa artículo. Los grupos de presión social que dominan el sistema educativo no quieren este sistema de reválidas. Veremos por qué razones.

Los profesores universitarios, verdaderos amos del sistema (son gente ciertamente preocupada por la educación), no quieren reválidas porque son almas tan caritativas que quieren que todas las personas (pero todas, todas) puedan acceder a la Universidad. Es por humanidad. No tiene nada que ver que la instauración de las reválidas supone que el grifo de acceso a la universidad dejaría de estar controlado por ellos. La conferencia de rectores universitarios ha estado machacando al Gobierno hasta que ha conseguido que el examen de selectividad siguiera siendo como hasta ahora; es decir, puesto por las propias universidades y diferente en cada comunidad. ¿Por qué? Pues porque eso les garantiza que el 97% de los alumnos aprueba y por tanto, ellos obtienen las subvenciones que otorga el Estado por cada alumno y, por tanto, les garantiza sus cómodos y vitalicios puestos de trabajo a todos. Si con reválidas de ESO y Bachillerato, la tasa de aprobados bajase al 60% (algo perfectamente posible), la conclusión sería lógica: el 40% de los profesores tendría que ir a la calle. Será imposible que estas buenas gentes estén a favor de las reválidas si no se les garantiza que ellos controlarán el proceso de acceso a la universidad.

Los separatistas tampoco quieren las reválidas ya que han sido elegidos entre los mortales para velar por las esencias de sus patrias inventadas y de bolsillo. Las reválidas las pone el Estado (esa odiosa España, ¡qué asco!) y de esta forma los alumnos tendrían que aprender Historia y Geografía y Literatura y Lengua española forzosamente Y ellos no quieren que los alumnos aprendan la cultura española. Será imposible que estén a favor de las reválidas salvo que estas no sean españolas, sino catalanas o vascas.

Los sindicatos y muchos profesores y maestros son muy buenas personas y se hartan de pedir dinero (al que le llaman calidad) para  el sistema educativo. Pero no quieren reválidas ya que tienen tal confianza en el sistema y en su propia capacidad  como profesionales de la enseñanza que no quieren destacar y ser bien considerados socialmente. Además, bajo ningún concepto quieren segregar a los alumnos y generarles un trauma. ¡Pobres niños! (o mejor chavales, que es la terminología que a ellos les gusta).. Lo cierto y verdad es que las reválidas suponen un elemento de calidad en el sistema que a ellos les aterra. Si se empieza a evaluar externamente a los alumnos, automáticamente se sabrá que tal instituto tiene un 86% de aprobados y otro el 50%, con el consiguiente quebradero de cabeza para esos profesores y centros. Llegará la temida diferenciación… Es más, si eso ocurre en un instituto, bien pronto se sabría qué profesores concretos de este centro garantizan e imparten mejor docencia que sus compañeros. ¿Para qué diferenciarse si todos unidos e iguales somos invencibles? Esto fragmentaría la igualdad por lo bajo que siempre defienden los sindicatos y abriría la puerta a procesos de diferenciación entre los buenos profesores y los malos, cosa que a estos últimos y a los sindicatos les aterra. Solo habrá apoyo de estas personas (que son la mayoría del sistema) a las reválidas si estas no son externas y son los propios profesores quienes ponen las notas a sus alumnos.

Y finalmente, la Iglesia y la patronal de los concertados están en contra de las reválidas (y por ello no han alzado la voz cuando todos los demás se han puesto contra ellas) porque ellos han trucado las notas de sus alumnos de toda la vida. Y esto lo sabe en España cualquier persona que se dedique a la educación. La privada pone mejores notas que la pública. Siempre. Y los maestros de la privada saben muy bien lo que tienen que hacer para mantener su puesto de trabajo y ser bien considerados por su patrón. Cualquier mecanismo que haga que la nota privada pierda peso o desaparezca sustituida por la pública está en contra de sus intereses.

¿Y cómo se defiende todo este conglomerado de intereses inconfesables?

Pues sin confesarlos. Ninguno de estos sectores va a confesar abiertamente que está en contra de las reválidas porque ponen en peligro sus intereses. Y entonces aparecen las divinas palabras  que, como en la obra de Valle Inclán, paralizan a todo el mundo: Las reválidas son segregadoras, injustas y sobre todo, franquistas. ¿Y quién quiere ser franquista salvo para usar el sistema sanitario de la Seguridad Social que fundó el franquismo? Vaya, nos hemos quedado solos, me temo…

Y con esta palabra mágica en la boca, los cuarto sectores sociales se van a los medios de comunicación que controlan  y la repiten sin pudor. Mientras la Iglesia calla… y otorga. Pase que en programas chabacanos y sin ningún rigor como el Intermedio ese chiste cuele, pero es que también aparece esta información en todos los medios separatistas, El Mundo, El País o la Cadena Ser y hasta en la propia Televisión Española, supuestamente controlada por el Gobierno. Y el resultado de todo ello es que  la sociedad española, malinformada y desarmada, acepta que el emperador no va desnudo sino vestido. Las reválidas son franquistas. Punto y final.

Así pues, difícil lo va a tener este país nuestro de cada día para dejar de ser uno de los tres países europeos que no tienen reválidas. Y la culpa, ya lo sabemos, es de Franco.

Los sueños sociales de unos son siempre las pesadillas de todos los demás.

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Ayer, 6 de diciembre de 2016,  en el Parlamento de España hubo diputados que quisieron marcar su oposición a la Constitución de 1978. Es para ellos una ley que supuso una traición y que no merece respeto leal. Es una ley que no les representa. También en algunas ciudades de España, grupos separatistas han ofendido nuestra ley suprema de diferentes maneras. Es evidente que hay muchas personas en España que cuestionan el marco social vigente. ¿Somos conscientes de lo que eso supone?

La democracia es ley antes que nada

Muchas personas creen que la democracia es votar. Y es cierto que esa es una parte de la democracia. Pero no es la única. El voto ha de tener límites para que un estado sea democrático. ¿Se puede votar en España que los negros o los judíos son inferiores? ¿Por qué no? ¿Acaso no tenemos derecho a votar y el pueblo es soberano? ¿Se puede votar en España que determinado líder político (o usted o yo mismo) es un imbécil? La respuesta es no. La Constitución garantiza sus derechos (y los míos). Por esa misma razón, hay otras muchas cosas que tampoco se pueden votar. Porque la ley que garantiza la estabilidad y la concordia, la Constitución lo impide.

Así pues para que haya democracia es  que haya una ley que garantice el derecho al voto y unas normas muy básicas que todos se comprometen a respetar siempre, pase lo que pase. En España esa ley es la Constitución de 1978 y quien la toca, solo la puede sustituir por otra que tenga más apoyo que la actual.

La democracia solo sobrevive en  la moderación

La democracia es siempre el terreno de la estabilidad y la moderación, del acuerdo y la cesión. De forma forzosa e imprescindible. Y cuando esto deja de ser así, es que estamos caminando, lo queramos o no, hacia el enfrentamiento y la guerra. Y por tanto, hacia el final de la democracia. Apliquemos el sentido común. Si en una democracia, un grupo de personas quiere cambiar las normas del juego y otros grupos  están en contra, el grupo renovador solo puede plantearse cambios menores y que no resulten traumáticos a los otros grupos sino quiere crear un enfrentamiento social. Si por el contrario, los cambios planteados son radicales y amenazan con modificar el estatus quo de los demás; es decir, el marco que ha garantizado hasta ese momento la convivencia entre todos, es seguro que la otra parte de la sociedad, que sigue aceptando el marco social vigente, que les ha garantizado la convivencia, se asustará y por tanto, se radicalizará para evitarlo. Esto es absolutamente lógico.

Es más, históricamente, cuando una de las partes se ha radicalizado, el clima social se ha ido tensando hasta desembocar en graves disturbios, asesinatos, revoluciones y guerras. Toda Europa vivió este proceso de radicalización durante los años 30 del siglo XX, una etapa histórica que acabó con la instauración del nazismo en Alemania, del fascismo en Italia, la Guerra Civil española y, finalmente, la devastadora Segunda Guerra Mundial. Todo esto costó decenas de millones de muertos. Ese fue el precio del fin de la democracia.

Los sueños tienen siempre un coste

Que nadie se engañe. Cuando alguien habla de que va a imponer sus sueños, al tratarse de ideas que están muy alejadas de lo que ahora ocurre (si no, no serían sueños), son a la vez la pesadilla de los demás. Los sueños de unos son obligatoriamente las pesadillas de todos los demás. Y esto lo vemos día a día con mayor insistencia en España.  Es muy fácil hacer la carta a los Reyes Magos y pedir que lo pague el vecino. Y es absolutamente ingenuo pensar que el vecino (que es el que tiene el dinero) lo va a pagar. alegremente. Si es poco el pago, se resistirá poco; pero cuanto mayor sea la cuenta, mayor será la resistencia. Esto es de una evidencia palmaria.

Y conseguir los sueños en la tierra no es gratis. Justamente porque son sueños.

Los sueños individuales nos exigen enormes esfuerzos personales, sacrificios, renuncias y pérdidas de todo tipo en aras de lo que queremos conseguir. Seamos deportistas, artistas o simples seres humanos que conocemos el esfuerzo que cuestan las cosas, sabemos que solo con el dolor se alcanzan los sueños. Con nuestro propio dolor, no con el ajeno.

Los sueños sociales también exigen esfuerzos personales, pero además de los nuestros exigen torcer la voluntad de muchas otras personas y obligarles a pasar por sacrificios que no quieren y no tienen por qué asumir. Y la cuestión no es si una cosa es más injusta o menos, porque lo que para unos es justo, para otros no lo será. No hay que quedarse solamente en lo que queremos o nos parece bien, sino que hemos de pensar de qué forma se puede conseguir y si estamos dispuestos a ese coste. Para hacer una tortilla hay que romper los huevos. Y eso no es justo ni injusto; simplemente es. Y solo hay una manera de conseguir sueños sociales, y es por medio de la violencia. “La revolución es la partera de la historia”, decía Carlos Marx, que era un revolucionario valiente y sin careta . Lo que todos los seres humanos hemos de preguntarnos es qué precio estamos dispuestos a hacer pagar a nuestros semejantes por imponer nuestros sueños sociales. ¿La represión y la cárcel? ¿los campos de concentración? ¿el atentado terrorista? ¿el asesinato? ¿la revolución y la guerra? Solo cuando hayamos contestado a estas preguntas, podemos seguir la senda de la radicalización y de los sueños.

La democracia es el sistema del cambio pacífico

Esto no significa que no se puedan cambiar las cosas. La democracia es el terreno del cambio posible y pacífico. La democracia permite que las sociedades han cambiado y cambian, diariamente, sin violencia. De la sociedad española de mi infancia a la actual hay cambios tremendos. La libertad política, el ingreso pleno de España en Europa y en el mundo occidental, la incorporación de la mujer al trabajo, la generalización de los anticonceptivos o la instauración de la informática en nuestras vidas han supuesto un cambio radical en la sociedad española. Todos esos cambios han sido posibles dentro del marco constitucional vigente. Un marco democrático y reformista. No fueron posibles en el marco anterior (el del general Franco), ni tampoco lo serían en el que nos prometen los que proclaman sus sueños, nos prometen asaltar los cielos y en la práctica gestionan las peores  pesadillas en Cuba o Venezuela, aunque ellos prefieran vivir aquí en este lodazal de corrupción. Sacrificados que son, sacrifican sus sueños por nosotros.

Querámonos a nosotros mismos y busquemos la concordia. Cualquier grupo que aspire al cambio de la Constitución de 1978 debe garantizar un consenso mayor que el que se consiguió entonces. Lo demás es conducir a la población (y no como Marx, con la verdad por delante, sino con engaños y embelecos) por la senda que lleva al enfrentamiento violento, al asesinato y la guerra.

Sobre la guerra civil española

Lo peor de la guerra civil española es que más de ochenta años después de su inicio, sigue influyendo sentimentalmente en la vida nacional. Ayer o antes de ayer, leíamos un mensaje breve de un joven político español (nacido en 1986) en el que proclamaba al mundo: “Somos los hijos de los obreros que nunca pudisteis matar. Somos también de los que perdieron la guerra civil.” Este joven reproducía el estribillo de una legendaria canción de La Polla Records “No somos nada” grabada cuando él tenía tan solo un año. Pero treinta años después su mensaje había conectado con tal fuerza con sus sentimientos que se había visto impelido a lanzarlo a los cuatro vientos.

Es imposible que las consecuencias de una guerra no influyan en la vida de los que nacen después de su final. Los descendientes de los musulmanes que perdieron la Reconquista y fueron expulsados de España hoy viven en Marruecos en uno de los regímenes musulmanes más democráticos del mundo árabe. Los descendientes de los cristianos que expulsaron violentamente a los musulmanes y repoblaron después Cataluña, Castilla, Valencia, Andalucía o Extremadura (es decir, nosotros) seguimos disfrutando de ese beneficio y vivimos en el mundo desarrollado y libre. De igual forma, los españoles que ganaron la guerra civil (y muchos de los que la perdieron. pero tenían hermanos, familiares o amigos en el bando vencedor) se aprovecharon para situarse en el nuevo régimen y acrecentar sus ingresos hasta alcanzar una sólida posición económica. Muchos de los políticos actuales de izquierdas (desde las viejas hornadas nacidas en 1940 hasta los descastados nacidos después de 1975), muchas de las personas que hoy se declaran de izquierdas (millones de personas) han disfrutado de un estatus económico y han alcanzado posiciones sociales elevadas gracias precisamente a que sus antepasados ganaron o se amistaron con quienes ganaron la guerra civil. Todavía no he conocido el caso de nadie que haya decidido devolver las propiedades que su familia amasó durante el franquismo o haya decidido desposeerse de los títulos universitarios que pudo alcanzar mientras millones de españoles no habían podido acabar la educación primaria. Esto, logícamente, sería absurdo y solo el hecho de plantearlo, entra en el terreno de la demagogia.

Así que, sabiendo que no podemos ni queremos subvertir el orden que nos ha situado en la cúspide de la escala social y ni se nos pasa por la imaginación irnos a Marruecos a vivir en Ouazarzate o devolver nuestras propiedades familiares a los musulmanes que dominaban Hispania o a las víctimas de la guerra civil, todo queda reducido al edificio sentimental que construyamos en torno a estas cuestiones. Y ese es, tristemente, el terreno en el que nos movemos cuando hablamos de la guerra civil. No una construcción objetiva y real, sino un edificio sentimental que se paga con el dinero, el presente y el futuro de todos.

Porque el relato de la guerra civil dominante es el de La Polla Records que tan sólidamente exponía en pocas palabras este político. Yo lo reduciré a nueve palabras. “Nosotros somos los buenos y ellos son los malos.” Observemos la primera persona del plural del presente de indicativo. “Somos”. Es nuestra esencia. Somos el resultado del conflicto. Y es que esta visión explica nuestro hoy político, no el de hace cien años.

¿Qué es lo que explica que el Partido Popular sea considerado el partido de derechas más reaccionario de Europa? ¿Su política social que ha mantenido los subsidios a los parados de larga duración? ¿Su política fiscal que recauda hasta el 47% de las rentas obtenidas por el trabajo si estas superan los 60.000 euros anuales? ¿Su política contra el aborto que lo ha conducido a seguir siendo legal? No, por pienso. Su estigma proviene de que son tratados como herederos de los vencedores de la guerra. ¿Qué es lo que hace que los partidos de izquierda (desde el PSOE a Podemos) simpaticen con el separatismo (profundamente insolidario hacia los obreros españoles en cada una de esas regiones) en vez de defender el derecho de un niño a ser educado en su lengua materna? El hecho de que los miren como hermanos de sangre en la lucha contra el fascismo. El Pacto de San Sebastián de 1930 sigue en pie casi un siglo después. Las fuerzas de izquierda, republicanas y separatistas unidas para luchar contra la dictadura y la monarquía. Si eso supone la quiebra del propio Estado que queremos construir es un daño colateral asumible. Esa política no la realiza ningún partido político de izquierdas en ningún país del mundo.

La guerra civl lleva décadas envenenando el corazón de millones de españoles (el de todos nosotros) que, obviamente, no vivimos la contienda y que tenemos una idea sobre la misma basada en lo que nos han contado otros que tampoco la vivieron. Según este relato, la guerra civil dividió en dos bandos a todos (o a casi todos) los españoles que, llevados por su ideología, se enfrentaron heroicamente durante tres años en campos de batalla.

Pues alegrémonos, amigos, porque este relato es falso. La guerra civil no dividió a todos los españoles en dos bandos antagónicamente enfrentados, como se nos ha contado. De otra forma, la convivencia tras el final de la guerra hubiera sido imposible. La guerra civil no enfrentó ideológicamente a todos los españoles. Eso no es verdad. España tenía entones 25 millones de habitantes. Tan solo 220.000 fueron voluntarios. El resto de combatientes (2.500.000) , la inmensa mayoría, se vieron obligados a combatir como soldados de reemplazo. Obligados. Y el resto de la población (el 99% restante) tuvo que seguir también el humor de estos 220.000 y de otros tantos que sembraron el terror allí donde pasaban o vivían. Pero la inmensa mayoría, los españoles como usted y como yo, pacíficos, asistieron a aquella explosión de violencia con estupor y sin poder hacer otra cosa que intentar sobrevivir a aquella carnicería. Fue una minoría la que se dedicó a aterrorizar a la población de los dos lados. No hacen falta millones de personas para asesinar o aterrorizar a todo un pueblo. Pongamos un poco de sentido común. Una barriada entera, un pueblo de treinta mil habitantes puede ser aterrorizado por treinta personas armadas, muy violentas y sin escrúpulos. Si hay una época de nuestra vida en la que la violencia física es cotidiana, es la infancia. Un solo niño de cinco años basta para aterrorizar y exigir pleitesía a toda una clase. Con un fusil y ante una población desarmada ese mismo niño violento, con veinte años más, aterroriza él solo a mil personas. Vean las fotos del asalto al Cuartel de la Montaña en Madrid. En una ciudad de un millón de habitantes combatieron en esos primeros días de fuego y plomo, tan solo unos centenares. A mí me lo contó Tuñon de Lara en el colegio como si toda la población de Madrid se hubiera lanzado contra el cuartel. Falso. La guerra civil fue el resultado de la locura de centenares de miles de personas violentas que impusieron su lógica brutal a muchos más millones de víctimas. Verdugos, personas a las que les gusta la violencia y la consideran legítima, contra víctimas. En ambos bandos. Esa es la verdad de la vida. Hay gente que disfruta desde niño violentando a otros. Cuando esa gente tiene ocasión, la emplean al máximo. Esa es la verdad de la guerra civil española.

Pero el relato de lo que ocurrió en la guerra civil la construyeron los perdedores en el combate y muy singularmente, los profesores universitarios del tardofranquismo. La mayor parte de ellos, cercanos al Partido Comunista. Era y es un relato interesado, que intenta hacernos creer que los españoles se dividieron en dos bandos gigantescos y que ellos son los herederos de los buenos, mientras que sus rivales políticos actuales son los herederos de los malos. Más lejos todavía, han intentado y conseguido que ese odio llegue hasta nosotros. No renunciaron a sus cátedras ni al estatus que alcanzaron en plena dictadura en una universidad pública que montó la propia dictadura mientras millones de españoles no podían ir al instituto. Ni pensaron en donar a los pobres su patrimonio familiar. Su petición de responsabilidades no llegaba a tanto. Ni siquiera acabaron culpando a sus propios padres (tampoco lo hace este joven político). Encontraron otro enemigo al que convirtieron en el chivo expiatorio de todos sus males y de su propia posición: el general Franco, el gran culpable de todo. Parece un relato infantil, pero es real y nos afecta cada día.

Que no nos envenenen, por favor. Hoy también nos rodean personas violentas, marcadas por el odio. Todos tenemos derecho a sentir, incluso a odiar y a estar resentido, pero nadie tiene derecho a imponer sus sentimientos como forma de quebrar la convivencia y la paz. Tengamos sentido común y busquemos la concordia. Alejémonos de los que hacen apología de la violencia. Difundamos el relato de la guerra civil que construye un futuro gris, sí, poco romántico, pero en paz y libertad, no el que reivindica la violencia gloriosa de amaneceres rojos.