Había una vez en ochenta universidades españolas (pues ahora las hay hasta en los lugares más insospechados) un ser humano muy prestigioso y, sobre todo, muy bien relacionado. Al parecer era un hombre que había estudiado mucho, por lo que decían de él que se había convertido en un profesor ejemplar e intachable, digno de ser imitado. Este hombre siempre tenía un padre (como todo el mundo) que era profesor universitario (no como todo el mundo) y tenía también un hijo que se parecía mucho a él (no en vano eran abuelo, padre e hijo) así que, para que le imitase completamente como un clon, decidió incorporarle a una profesión llena de riesgos, aventuras y desventuras: le hizo profesor universitario como él y como su propio padre (abuelo de la universitaria criatura). Podemos (y no queremos aludir con esto a ningún partido político) decir que copió y pegó a su hijo en la universidad, de la misma forma que había sido copiado y pegado por su padre. Lo llevaban en los genes (y no es que fueran una casta, ¿eh? ¡Hasta ahí podemos llegar!).
Pero su hijo (copiado y pegado en la tarima ante la pizarra; así, de repente) se aburría en la universidad. Esto de investigar era un rollo. Menudo petardo la costumbre esa de leer libros y, sobre todo, de extraer ideas propias. ¿De dónde iba a sacarlas si él mismo era una copia? Por otro lado, ni se le pasaba por la imaginación ser otra cosa en la vida que no fuera ser lo que habían sido su padre y el padre de su padre: personal docente e investigador (eso es lo que dice en el contrato de todos los profesores universitarios). Si su padre y el padre de su padre le habían copiado y pegado ahí, por algo sería…
Lo malo es que había que ser además de ser humano, docente e investigador. ¡Ahí es nada! ¡Cómo si a todos se nos ocurrieran cosas que investigar! Eso era muy difícil, porque ¿a quién le importa realmente nada? ¿cómo se le puede ocurrir algo útil que investigar a quien ha nacido y se ha criado fuera de la realidad ajena al campus universitario? Pero claro; por otro lado, ¿cómo podía ser un ser humano como él personal docente e investigador sin investigar nada? Había que investigar algo, lo que fuera. Oía a otros compañeros que le decían que estaban investigando temas decisivos para la sociedad, como el crecimiento del clítoris de las moscas del vinagre, la reproducción de los helechos arborescentes afectados por el cambio climático o la tasa agropecuaria de repoblación interprofesional y sus efectos en la economía del Valle del Tuérano. ¡Qué rabia le daba su portentosa imaginación! Pero es que a él, Dios mío, no se le ocurría nada y, ,en el fondo en el fondo, la verdad es que todo le daba igual, salvo el calor de la calefacción de su despacho y su cómoda nómina mensual y vitalicia. Así que el primer día de investigación, tras pasar un par de minutos pensando, se desesperó. ¡Es que no se me ocurre pero nada de nada, recórcholis ! (porque este ser humano no dice palabrotas nunca). Así que a los tres o cuatro minutos se animó a copiar. Y le fue bien. Le sentó mejor que un par de alprazolanes o un whisky doble: se le quitaban todas las angustias rápido. Era fácil, iba a las bibliotecas, enseñaba su carné de docente investigador, pedía libros a los humildes conserjes (viles seres humanos sin capacidad investigadora por lo que cobraban bastante menos que él) y copiaba párrafos de lo que habrían escrito otros cualesquiera sobre cualquier cosa. Tras la copia, los escribía en su propia investigación con una sonrisa de genio.
El mejor día de su vida fue cuando aprendió que con un programa informático llamado Word Perfect se podían copiar y pegar textos enteros sin necesidad de hacerlo a mano. ¡Menudo chollo! ¡Esto de los ordenadores sí que era un invento! Copia y pega sin fronteras. Mientras tanto, las universidades se multiplicaban en España, por lo que cada vez había más seres humanos como él, copiados y pegados. Y todos eran amigos y se copiaban y pegaban todos sus trabajos de investigación sin delatarse unos a otros, por lo que todos acumulaban sus sexenios sin pestañear. Frases por aquí, parrafitos por allá, una media tesis por otro lado; porque, al final, ¿para qué estudiar nada? Para redondear la orgía de copia y pega, este profesor cortado y pegado por su padre daba clases y a sus alumnos les permitía también copiar y pegar. ¿Por qué no? ¿Acaso tenía que leerse esos rollos de trabajos que le presentaban? ¿Para qué? Buena nota a todo el mundo y a vivir, que son dos días.
Lo mejor era lo de los congresos de investigación. Viajes pagados por España (con suerte por medio mundo) para dejar de dar clase una semana y leer ante otros colegas generosos unos parrafitos copiados de un trabajo ajeno escrito hacía diez años y hecho rodajas de sabiduría por parte de nuestro ser humano tan finas que en cada congreso hacía una glosa amplificativa que luego servía en universidades de todas las latitudes. Los otros profesores asentían mientras leía monocorde y, generosos, aplaudían al finalizar. Así se garantizaban ir en otro congreso a la universidad de nuestro personaje.
Gracias a este mundo de copia y pega, el ser humano copiado y pegado por su padre y por su abuelo y por tanto, el mejor copiador del Reino, fue elevado a la dignidad de jefe de todos los copiones. Se reunía con otros jefes para pedirle al Gobierno más y más dinero para investigar. Y si no se lo daban, golpeaban la mesa con sus puñitos y se ponían a hacer pucheros. Luego, llamaban a los estudiantes y les convencían de que hicieran huelga para que el Gobierno claudicase. A cambio, prometían a sus alumnos aprobados generales y notas altísimas a los que mejor copiaran.
Pero ahora parece que este hombre tiene problemas. le han pedido la dimisión y al final ha tenido que renunciar al cargo. ¿Pero, por qué, Dios mío? Si a él mismo lo copiaron y pegaron allí. Si él no tiene culpa de nada… Porque vamos a ver, ¿qué culpa tiene él de que no haya ninguna universidad española entre los mejores ciento cincuenta del mundo? Si al fin y al cabo, su propia universidad ni siquiera sale en el ranking ese de Shangai… Si es que son ganas de liarla….