Revolución low-cost

En los últimos años, nos encontramos ante escenarios verdaderamente curiosos. Desde dos frentes políticos muy significados (el separatismo y el neocomunismo de Podemos) se ha iniciado una guerra contra el Estado. Tanto unos como otros plantean abiertamente la ruptura del consenso constitucional actual bajo diferentes denominaciones que hagan más llevadero o incluso invisible su objetivo final. Ante todo, seamos felices…

Fantasía y realidad

Los separatistas, que pretenden privar por la fuerza de sus votos a la mayoría de los catalanes de su derecho a ser españoles y europeos (con el montante de beneficios legales, llámese derechos, que eso entraña) privándoles de DNI y pasaporte comunitario, endulzan/ocultan su objetivo final vistiéndose como “soberanistas” y hablan de su “derecho a decidir” y de su “soberanismo». Tergiversan la realidad llamando “democracia” a votar contra la legalidad o “procés” al golpe revolucionario contra el Estado. Ante todo, educación y cortesía… mientras no les toques su credo.

Karl Marx en 1875.

Los neocomunistas, por su parte, se dirigen a la “gente” (término afectivo y subjetivo que engloba a su grey) en vez de a los ciudadanos (todos nosotros, los sujetos de derecho independientemente de nuestra condición social) y hablan en privado de que “el miedo cambie de bando”, de “tomar el cielo por asalto” o de que no pueden «decir la palabra España” para al día siguiente proclamar en público que luchan por el “país de las sonrisas” o por el “diálogo”. Y es que la vida es tan bonita…

Se trata de lanzar un mensaje amable, edulcorado, apto para todos los públicos, consumible sin reparos por cualquier persona amable y sentimental, que no analice las cuestiones estableciendo la implacable lógica natural de los procesos sociales y/o desconozca la historia. Es la política posmoderna.

No es inteligente suponer que esos objetivos últimos de unos y otros (que en realidad son el mismo; esto es, la destrucción de nuestro sistema social actual para sustituirlo por otro en el que ellos sean hegemónicos) puedan conseguirse sin recurrir a la fuerza. La lógica social nos dice que si separatistas o neocomunistas vuelven a intentar destruir nuestro Estado de derecho (que parte, lógicamente, del cumplimiento de las leyes), el Estado español (y todos) se defenderá empleando la fuerza (la Policía, la cárcel y, si es necesario, el propio Ejército). Eso ha ocurrido en la Gran Bretaña cuando envío a Irlanda 45.000 soldados para imponer la pérdida de la autonomía, en Francia en mayo de 1968 o en cualquier otro país del mundo. La propia historia demuestra que los cambios sociales del calado que sueñan unos y otros han conducido siempre a la violencia y a la guerra. En Rusia, en Alemania, en España, en Yugoslavia y en todo lugar donde esto se ha intentado realmente.

El final del verano

Y aquí es donde llegamos al final de todo el ciclo actual. Los seguidores actuales de los separatistas y neocomunistas (lo que unos llaman el poblé cátala y los otros la “gente” por no asustar empleando la terminología marxista “masas”) no están dispuestos a ofrecer a su causa el esfuerzo que esta les exigirá el día en que realmente se pongan en serio en camino hacia la revolución. Y este peaje no es otro que el de sufrir la violencia real en sus carnes. Están dispuestos a irse al extranjero a pasarse unos meses de asueto a costa del erario público o a marcarse un sueldo tres veces el salario mínimo (¿por qué no uno por debajo del salario mínimo para entender mejor como viven los pobres?).

Lo que ha demostrado el sainete catalán ha sido, entre otras muchas cosas, que en la situación actual los separatistas y su sacrosanto “poble catalá” están dispuesto a hacer colectas, fiestas y asistir a misas y manifestaciones, pero bajo ningún concepto a enfrentar las consecuencias que les supondría una verdadera ruptura. Ni los dirigentes, ni los seguidores. Y de ahí toda la farsa a la que asistimos hoy. Quieren ganar la independencia sin arriesgar nada. Ir a la manifestación y cenar en un restaurante de lujo. Apoyar el independentismo y tener las sedes sociales de sus empresas en Madrid. Ja.

Tres cuartas partes de lo mismo cabe decir de los seguidores de Podemos. Están dispuestos a la revolución, por supuesto; pero sin renunciar a su consumismo, a sus vacaciones, a sus peinados de una hora ante el espejo, a sus móviles de última generación y a sus pisos de protección oficial. La Sexta, el escaparate rouriano del neocomunismo low-cost, lo tiene bien claro. Propietario y presentadores que claman contra la «especulación inmobiliaria», pero poseen decenas de propiedades; humoristas que se burlan de la Constitución y de las leyes con sarcasmo para acto seguido acogerse a ellas sin el menor rubor; ideología revolucionaria (antiburguesa y antiespañola) en todos sus programas, pero emisión incansable de publicidad; lucha a ultranza contra el machismo y la mujer-objeto, pero con presentadoras jóvenes, guapas y vestidos cortos; preocupación por la cultura española, pero con la emisión diaria de programas futbolísticos de la peor calaña; crítica a la riqueza y a los ricos, pero emitiendo programas donde algunos privilegiados enseñan sus lujosas casas; críticas al imperialismo yanqui, pero programando películas de acción norteamericanas todos los días. Por un lado, los sueños irreales; por el otro, la tozuda realidad. Se trata de un mensaje incoherente que solo pueden comprar revolucionarios low-cost. Es un mensaje, además, con fecha de caducidad. No se puede estar esperando la revolución toda la vida como si fuera la primavera. El territorio de nadie es el de la inmadurez de las consignas cursis. Más tarde o más temprano, hay que romper abiertamente con la sociedad o aceptarla para sobrevivir. Salvo que se sea rico y se haga del cinismo un modelo de vida.

Mikhail Koltsov – Trabajo propio photo 1936

Durruti decía en 1936, poco antes de morir en la Casa de Campo: “los trabajadores no le tenemos miedo a la destrucción”. ¿Qué diría hoy el viejo revolucionario si viera a quienes defienden la lucha contra la burguesía en España? La LOGSE ha hecho creer en Cataluña y en España a millones de treintañeros (y casi  casi a cuarentones) que se puede alcanzar la revolución con un tuit o tocando el mando a distancia del televisor.

El vano ayer engendrará un mañana…

El despertar llegará y, con toda seguridad, será muy duro. La madurez llegará a todos, aunque sea con setenta años ya cumplidos… Los que hoy duermen despertarán en la sudorosa angustia y sufrirán las consecuencias sobre sí mismos de este gigantesco engaño. ¿Recaerá su ira sobre alguien más?