Reírse de Estados Unidos

En los ámbitos educativos y propagandísticos españoles es moneda corriente reírse de la ignorancia de la población´estadounidense. A menudo escuchamos en claustros, en tertulias televisivas o en las emisoras de radio (los focos más importantes de ideologización de la sociedad actual) que los norteamericanos no saben dónde está España (ni ningún otro país que no sea el suyo propio) o que creen que todos los españoles somos toreros. Su ignorancia es proverbial. A menudo, estos filósofos de lo cotidiano acompañan sus comentarios de sonrisas burlonas y exhiben una sonrisa autosuficiente y un tanto despreciativa que quiere decir: «Nosotros, los españoles, sí que sabemos.»

Para muestra, vale un botón. En la edición digital de hoy de El País, aparece este titular: «El 23% de estadounidenses piensa que su país se independizó de Francia, México o Alemania». ¡Fíjense qué barbaridad!, le falta rematar al periodista. Podrían haber titulado al revés: «El 77% de los estadounidenses sabe que su país se independizó del Reino Unido.» Pero el medio progresista, el más influyente difusor de la ideología progre en la España de la Segunda Restauración, elige cargar las tintas en la ignorancia norteamericana.

Sin embargo, pocas veces se oye decir (o se lee) que la culpa de esa ignorancia proverbial de los Estados Unidos radique en su sistema educativo. Parece que la ignorancia de estos congéneres de allende los mares se deba simplemente a su carácter de yanquis asquerosos e imperialistas. Sí, parecen decir nuestros filósofos de luces cortas, serán ricos, poderosos y dominarán el mundo,,,,, pero son una pandilla de asnos. Un coro de sonrisas complacientes aplaude tal aseveración.

Y lo cierto es que si una población nacional es ignorante no nos puede caber la menor duda de que es la consecuencia de la organización y funcionamiento de su sistema educativo. Así que la pregunta es obvia: ¿Por qué cuándo se critica la ignorancia yanqui (o sudista, que para el caso es la misma) no se menciona su sistema educativo? Pues muy sencillo, amigos, porque nuestro sistema educativo (el que defienden esos mismos filósofos) está calcado del suyo.

Las ideas sobre la bondad de la comprensividad, la importancia de la motivación del alumno y de las innovaciones docentes por encima de la evaluación externa, el rigor y la transmisión de conocimientos está en la base del sistema educativo norteamericano que, desgraciadamente y de forma criminal, instauraron en España los sucesivos gobiernos del PSOE con la connivencia de gran parte de este profesorado tan progresista. Estados Unidos nos lleva décadas de ventaja por el camino de la ignorancia, amigos; pero España  es una alumna aventajada. Desde la instauración de la LOGSE en 1990, no ha habido un año en que la ignorancia, como mancha negra, no se haya extendido más entre la población española. Ya es motivo común comentar o reírse del bajo nivel que tienen los universitarios españoles. Podríamos hacer una encuesta entre ellos para preguntarles cuál es el origen de España o por qué nuestra bandera es roja y amarilla. Pero a nadie le interesa hacer encuestas así. Tan solo recordaremos que entre los aspirantes a maestro de la Comunidad de Madrid (la única comunidad que se ha atrevido a hacer una prueba así para cribar a los opositores) no llegó al 25% quienes ordenaron correctamente en una sencilla sucesión histórica a celtas, romanos, visigodos  y árabes  en su aportación a la historia de España.

Esa es nuestra realidad y estos son nuestros maestros. Estas semanas atrás he leído un magnífico libro de Alicia Delibes (sobrina del famoso escritor) , La gran estafa, editado por Alegoría, en el que explica la evolución ideológica que desgraciadamente ha conducido a la educación española a un callejón sin salida: el de la ignorancia y su sustitución por la ideología progresista.

Y es que los docentes progresistas de aquí se ríen de los norteamericanos por ignorancia, cinismo y sectarismo. Se ríen porque se trata de norteamericanos, pero no por las causas reales de su ignorancia ¿Si se rieran delante de un espejo, se darían cuenta de que se están riendo de sí mismos? Lo dudo. Ni siquiera así creo que se les helase la sonrisa de complacencia. ¡Y es que no hay nada mejor que tener a todos los alumnos juntos en la misma clase! Igualito que en Estados Unidos…

Los que aprobamos somos nosotros

La entrevista publicada el 22 de enero de 2017 con el ministro Méndez de Vigo en El País no tenía desperdicio. Tal es así que quizá en próximas entradas la analicemos más en profundidad. El eco de la misma ha llegado a todos los grupos de profesores que hay en la Red provocando furiosos comentarios. Lo más llamativo son sus declaraciones sobre los suspensos que el propio periodista usaba como titular: “He comprendido que repetir curso no es la solución”.

Efectivamente, amigos, el pobre ministro por fin, rodeado por todas partes de los más sesudos exorcistas de la nueva pedagogía ha comprendido. Antes era tonto (al fin y al cabo, es un asqueroso del PP), y no comprendía. Era como San Pablo antes de caerse del caballo. Pero por fin se hizo la Luz y él mismo, no ha tenido más remedio que cambiar de forma de pensar y abrazar enfervorizado el credo de la pedagogía innovadora. ¡Aleluya!

Hablando un poco más en serio, sus declaraciones me recuerdan a las de los judíos quemados en las hogueras por la Inquisición o a las de los pobres rusos asesinados por Stalin en los procesos de Moscú tras confesar sus crímenes contra el estado soviético. No creo que tampoco Méndez de Vigo vaya a correr mejor suerte. Por mucho que Méndez critique a Wert, se haga el progresista y haga la ley más chachi y más guay, siempre le van a tachar de facha y de reaccionario. ¡A la hoguera! Es lo que tiene ser del PP y tener en contra a Wyoming y compañía.

Y claro que todos sabemos que lo que ha dicho el ministro es mentira. Por supuesto que cualquiera que ha dado clase (un maestro, un profesor y hasta un burro de Goya, que también los hay) sabe que la repetición de curso es buena con los buenos alumnos, con los recuperables, con los que han cometido un error, con los que se han abandonado a la molicie porque sus padres lo han consentido o porque se han dejado influir por sus compañeros. Cualquier persona que da clase sabe además que con los alumnos a los que no les ayuda la repetición, no sirve nada más que dejarles pasar de curso para que fastidien a sus compañeros y perviertan el sistema educativo. Decir que la repetición no sirve, tal y como afirman los progres, quiere decir en la práctica (obviamente) que lo que sí sirve es dejar pasar a todos los alumnos que deberían suspender. ¿Alguien se imagina una clase de esquí (o de cualquier cosa, oiga) en la que los que no quieren estudiar retrasen a los que sí quieren hacerlo?

Porque es que además, cualquier persona que da clase sabe que hoy en día solo suspenden los alumnos que no quieren aprobar, los que no van a clase o van como si no fueran. El sistema da a estas criaturas de Dios mil opciones, programas de refuerzo y diversificaciones para que aprueben sin saber absolutamente nada y es tan triste todo que hasta obtienen todos estos seres humanos la misma titulación, tanto el mastuerzo que no pega un palo al agua como aquel héroe (o heroína, que también conocemos esta palabra) que se esfuerza.

¡Como no nos vamos a encender los que damos clase (los maestros, los profesores y hasta los burros de Goya, que también los hay)! ¡Y por eso incendiamos las redes! ¡Por supuesto!

Y eso que no decimos en los claustros, ni en las salas de profesores, ni en las Redes que quien aprueba a esos alumnos son los ministros y los inspectores. Los que firman las notas son el ministro y nuestro inspector. Los que se ponen nerviosos (¿por qué?) cuando llegan las evaluaciones son ellos. Los que votan levantando la mano en los equipos educativos para que el mastuerzo titule aunque tenga dos, tres y hasta cuatro suspensas no somos nosotros, sino el ministro y el director. Los que sabemos hasta qué punto nos corrompen/nos corrompemos somos nosotros.

Los que sostenemos la mentira que cuentan todos los demás somos nosotros con nuestra firma en las actas de evaluación. Y los que luego le echamos las culpas al ministro, al director, a los padres y a todo el mundo menos a nosotros mismos, somos nosotros también.

Y todo eso no es propio de maestros, ni de profesores valientes y comprometidos, sino de los burros de Goya (que también daban clase).