¿Por qué me hice de derechas?

Muro de Berlín con los nombres de los asesinados al intentar escapar de la Alemania comunista.
De DoD – DoD photo, VIRIN DF-ST-92-00211, Dominio público,
Campo de trabajos forzados Perm-36. Rusia comunista.
Gerald Praschl – Own work
Hambruna en Ucrania provocada por la colectivización forzosa. Fotografía de una calle de Járkov realizada por Alexander Wienerberger en 1933.

Este artículo está dedicado, con todo el cariño, a todas esas personas que son amigas mías y que son de izquierdas. No tiene otra finalidad que exponerles serenamente mi postura ideológica, esperando a cambio el mismo cariño y comprensión que yo siento por ellas.  

Apelo a nuestra amistad para pediros que lo leáis hasta el final. ¡Gracias!

Tratamos con muchas personas de izquierda

En mi vida cotidiana tengo trato, como cualquiera, con muchas personas de izquierdas. Es más, a lo largo de mi vida he tratado con mas izquierdistas que derechistas, pues yo mismo fui uno de ellos durante muchos años. Y es por ello que tengo mi propia opinión sobre las personas de izquierda formada a partir de mi experiencia. 

Por lo general, las personas de izquierda en España se muestran alegres, abiertas de mente, afables, tolerantes, honradas, llenas de buenos sentimientos hacia la humanidad e imbuidas de los valores más elevados. 

En ese trato cotidiano creo que mis amigos de izquierdas descubren en mí un espejo de ellos mismos y ven en mí sus mismas virtudes, con lo que nuestra relación es siempre afable y cordial. Por eso somos amigos. Si no les advierto que están ante un adversario ideológico, creen que yo soy de izquierdas también, por lo que se quedan bastante extrañados y hasta desorientados cuando comienzo a expresar abiertamente mis ideas políticas o les digo directamente que soy de derechas. 

¿Y qué es ser de derechas?

Explicaremos en primer lugar que, al igual que las izquierdas, las derechas son una región ideológicamente muy amplia que incluye a los liberales, los demócratas cristianos, los conservadores, etc. Así pues, antes de todo, se trata de identificar los denominadores comunes de todas las derechas. Yo creo que podríamos señalar los siguientes:

  1. El convencimiento de que la economía de libre mercado, con todas sus desigualdades, es el motor de la sociedad, pues es la que genera más riqueza y permite vivir mejor a la población de todas las clases sociales. 
  2. El respeto a la propiedad privada como fundamento del orden y el progreso social.
  3. La creencia en la necesidad de unas leyes democráticas y de un Estado nacional o supranacional que vele por su mantenimiento y las haga cumplir (si es preciso por la fuerza) por encima de cualquier otra consideración.
  4. La creencia en que la democracia parlamentaria es el mejor de los sistemas políticos conocidos. 
  5. La igualdad de derechos entre todos los ciudadanos del Estado sin discriminación de ningún tipo.
  6. El convencimiento de que la separación de poderes es básica para que la sociedad minimice en lo posible la lacra de la corrupción política y social. 

En todos estos aspectos, las izquierdas proponen y desarrollan políticas diferentes a las derechas. Las izquierdas, además, creen que sus políticas tienen una superioridad moral sobre las ideas de derechas y, por ello, una vez alcanzado el poder, las ejecutan sin el menor reparo; esto es, sin detenerse a pensar si de este modo pueden dañar la convivencia o fracturar la cohesión social. 

¿Por qué yo soy de derechas? 

Yo fui de izquierdas aproximadamente hasta 2002 e incluso voté por correo a Rodríguez Zapatero en las elecciones de 2004. Es decir, mi voto no estuvo condicionado por el atentado del 11M, pues había votado la semana anterior ya que salía de viaje. 

Así pues, ser de derechas, en mi caso, es el resultado de un proceso. Y creo que, precisamente por eso, merece la pena hacer un esfuerzo y explicar a estos amigos por qué yo me hice de derechas y cuál fue la travesía ideológica que realicé para llegar a las ideas en las que hoy creo. 

Yo me hice de derechas porque el principio de la realidad se impuso sobre el ideal. Es decir, lo posible se puso por encima de lo deseable. Y esto se produjo porque llegué al convencimiento de que el ideal socialista era una utopía irrealizable que, empaquetada en un envoltorio muy atrayente, solo podía conducir a la violencia, la miseria, el crimen y el terror. Era el alma de un monstruo escondida en el cuerpo de una ninfa. 

¿En qué consistía mi visión del socialismo?

Inicialmente, como a todos los izquierdistas, las ideas socialistas que me habían inculcado mis maestros comunistas del colegio Siglo XXI en mi infancia me parecían las más justas, igualitarias y humanas. ¿Cómo no abrazar un credo que aspira a que todos los seres humanos seamos iguales y vivamos holgadamente como hermanos sin que exista la pobreza, la maldad  y la corrupción sobre la faz de la Tierra? Solamente personas dominadas por la avaricia, el egoísmo y la maldad podían oponerse al socialismo. ¿Qué es lo que había detrás de una empresa capitalista? Unos burgueses sedientos de dinero que, como lobos, estaban dispuestos a someter, explotar y hasta matar para aumentar sus beneficios y defender sus privilegios a costa de lo que fuera. Y cómo es la maldad quien era en realidad nuestro oponente, los socialistas teníamos derecho a combatirla con todos nuestros medios, violencia incluida. Y esa violencia era pura y divina porque era producto de la búsqueda incansable de la especie humana en pro del progreso, la justicia y la bondad. Tras ese último combate violento contra la burguesía y el capitalismo, se abriría una nueva era, que supondría el final de la historia: el paraíso socialista, en el que, como decía Marx, todos los seres humanos trabajarían en lo que quisiesen las horas que deseasen y se dedicarían al arte y a disfrutar de su tiempo libre. Esta idea aparece en el Manifiesto Comunista y es el ideal socialista ortodoxo. También en la letra de la Internacional (que siguen cantando los militantes socialistas y comunistas de todo el mundo) podemos verlo con claridad. 

Del pasado hay que hacer añicos,
legión esclava, en pie, a vencer,
el mundo va a cambiar de base,
los nada de hoy todo han de ser.

Para hacer que el tirano caiga
Y el mundo siervo liberar
Soplemos la potente fragua
Que al hombre libre ha de forjar.

Agrupémonos todos
en la lucha final
del género humano
en la Internacional.

El eje central de la ideología socialista es el necesario combate por la igualdad económica entre los seres humanos. Y, por tanto, el fin irrenunciable es la aspiración a una sociedad sin clases, en la que nadie parta ni viva con ventajas sociales. Todo lo que no sea así es una injusticia social que es inmoral y, por tanto, debe combatirse por todos los medios.

Esta visión cuasi religiosa y este lenguaje apocalíptico son los mismos que yo mismo tenía desde la infancia cuando el comunismo ocupó el mismo espacio emocional y práctico que en otras personas ocupaba el cristianismo. Esta visión religiosa de la política es la que justifica moralmente cualquier acción (incluso violenta) de la izquierda: hay un fin moral superior en la ideología socialista que justifica cualquier medio empleado, por violento que sea. Como decía el propio Marx, “no hay nada más arbitrario y autoritario que una revolución”. 

¿Por qué podemos decir hoy que el socialismo ha fracasado históricamente?

Pero el acierto de una idea política no se mide por su finalidad moral, sino por sus efectos prácticos, por sus consecuencias reales. Con esto no queremos decir que la política haya de ser amoral y no buscar el bien común, sino que ese bien común debe ser posible, efectivo, real y no una simple utopía imposible y, por tanto, engañosa, frustrante, y por ello, perversa, pues conducirá a sus seguidores y a la propia sociedad a la destrucción y al pasado en vez de al progreso y al futuro. El propio Marx dejó escrito que el socialismo tendría derecho a existir y a sustituir al capitalismo en tanto en cuanto desarrollase más que el capitalismo las fuerzas productivas; es decir, el socialismo tendría derecho a la existencia siempre que fuera capaz de crear más riqueza y más productos que el capitalismo. Marx nunca imaginó que el capitalismo pudiera hacer que los obreros vivieran mejor bajo el capitalismo que bajo el socialismo. Y lo cierto, casi doscientos años después de Marx, tras la existencia de la URSS durante setenta años y de la China comunista desde casi cien y tras los desastrosos experimentos socialistas en los cinco continentes, es que es un hecho incuestionable que las sociedades capitalistas ofrecen un nivel de vida y de derechos democráticos que son incomparablemente superiores a los de las sociedades socialistas. Eso es lo que explica (mejor que cualquier argumento teórico) que los pobres de todo el mundo emigren a los países capitalistas y nunca al revés. Todos los países socialistas, sin excepción, han provocado un exilio forzoso de sus respectivas poblaciones. En el socialismo solo viven bien sus élites dirigentes. 

¿Por qué el capitalismo es el mejor de los mundos posibles conocidos?

Así pues, lo que hay que preguntarse no es qué sistema es superior, pues esto está fuera de toda duda, sino por qué es mejor el capitalismo. 

De nada sirve imaginar un mundo donde llueva de abajo arriba, por justo que sea, sí esto no es posible que ocurra jamás. De nada sirve pedirle a un león que no coma carne. De nada sirve pedirle al ser humano que no se mueva por su propio interés individual, porque, aunque haya seres humanos que en determinadas circunstancias no actúen así, la historia de la humanidad demuestra que el motor fundamental de nuestra especie es la mejora de las condiciones de vida individuales de cada persona. Este deseo está siempre por encima y por delante de la búsqueda de la mejora social. Es el caballo que hace avanzar el carro del progreso, la técnica y la historia. Esto podrá gustarnos más o menos, pero es así incluso entre los dirigentes socialistas desde Lenin a Kim Yu Sun (digno heredero de su padre Kim Yu Sun) pues, una vez alcanzado el Poder, siempre han buscado y conseguido para sí y para sus familiares los mismos privilegios que criticaban. 

El eje de la existencia humana es la satisfacción de los deseos personales, sean estos cuales fueren. Y precisamente por ello, la política debe conjugar, siempre en la medida de lo posible, el beneficio individual de sus integrantes con el avance social. ¿Y cuáles son esos deseos personales? Por norma general nuestros deseos primarios tienen que ver fundamentalmente con la alimentación, la satisfacción de las necesidades sexuales y afectivas, el disfrute de posesiones materiales, el poder y la adquisición de conocimientos. Estos deseos se darán en cada persona en diferente orden y en diferente medida, por supuesto. 

¿Por qué se equivocan los socialistas?

Esta es la realidad humana que los socialistas no toman en consideración al plantear sus ideas. Piensan en sus ideas de forma abstracta. ¿Son buenas? ¿Son justas? ¿Son ideales? Sí, sí y sí. Pues entonces no hay más que valorar. ¡Luchemos por ellas! 

Y esta lucha de los socialistas (final o ultima, que decía la Internacional) es la que desencadena la tremenda tragedia que durante el siglo XX provocó millones de muertos de hambre y hace que todas las personas que viven bajo la esclavitud del socialismo quieran escapar de él jugándose la vida huyendo de Rusia, de China, de Cuba, de la República Democrática Alemana, de Hungría y de todas las llamadas irónicamente  “repúblicas populares”. El Muro de Berlín lo levantó el socialismo para que los seres humanos del lado socialista no pudieran pasarse al “terrible e injusto” mundo libre. La realidad demuestra que Estados Unidos, el país más terrible y desigual del mundo, es la Tierra Prometida donde la “famélica legión” espera encontrar su oportunidad para mejorar como seres humanos. Esta es la verdad. Como dijo Kennedy en su viaje al Berlín sitiado en 1963: “Nuestra sociedad es imperfecta, pero no hemos necesitado nunca levantar muros para que las personas no se puedan escapar.” Y esto es una verdad incuestionable.

Esta realidad es ignorada por las teorías socialistas, pero no por sus dirigentes que, en cuanto acceden al Poder, lo primero que hacen es robar las viviendas y propiedades de los antiguos opresores para ocupar ellos mismos sus puestos. Esto ha ocurrido en Rusia, China, Cuba, Nicaragua y en todos los países que han caído bajo el yugo comunista.

La vida real y el ser humano tienen sus propias normas que se han manifestado de forma indefectible durante los miles de años que nuestra especie ha existido. Y esas características humanas han de ser los límites en los que ha de moverse la política si quiere realmente cumplir su objetivo de mejorar la vida humana. 

La política ha de buscar el progreso social de forma realista y efectiva

No vale de nada tener las ideas más bonitas y refulgentes si en la práctica no producen los efectos deseados. No se puede valorar la bondad de una ley sin calibrar las consecuencias reales que produce. 

Y ahí es precisamente donde el socialismo ha demostrado en todas las ocasiones en que se ha llevado a la práctica, sin excepción alguna, que sus leyes y sus políticas han conducido a sus naciones a la pobreza, el éxodo, la represión, el crimen generalizado y la muerte, bien por enormes hambrunas, bien por el uso del Terror como arma política. 

Este punto que acabo de señalar, el de los efectos reales del socialismo, es crucial y es el que los socialistas no pueden o quieren ver. Unas personas no pueden verlo porque son incapaces de acceder a una información real sobre lo ocurrido en Rusia, China, Cuba o en el régimen republicano español. ¿Por qué? Pues porque la maquinaria propagandística y cultural del socialismo es muy potente y la mayoría de los transmisores culturales de Occidente (profesores universitarios, artistas, intelectuales, publicistas y periodistas) creen honestamente que el socialismo es la ideología que supone el mayor bien moral y la protegen como oro en paño. Así, de forma sistemática, cada vez que conocen los continuados fracasas socialistas los achacan a la maldad personal de tal o cual dirigente (Stalin, Mao o Castro, por ejemplo) y así ya no llaman a su sistema “socialista “ sino que hablan de “estalinismo”, “maoísmo” o “ castrismo”. De este modo, la idea mantiene su bondad incólume. 

Así, llegar a la verdad supone buscar entre muchísimas obras literarias e históricas las que reflejan esa verdad de forma incontrovertible y eso es muy difícil porque las élites ideológicas establecen una barrera, un “cordón sanitario” (obsérvese como a la censura se le pone un nombre aséptico) para que su sola mención procure urticaria en las personas de izquierda. Basta con que esa élite cultural eleve una ceja contra esas obras para que los socialistas de todo el mundo eviten la lectura de Archipiélago Gulag o La casa eterna. Como dato significativo es conveniente señalar que la única entrevista que ha desaparecido del archivo de TVE es precisamente la que José María Íñigo realizó al autor de Archipiélago Gulag, Alexander Solchzenitsin, en 1976. Incluso recopilar imágenes que ilustren este artículo en la Wikipedia es harto complicado, pues no hay fotos que muestren los crímenes, las muertes por hambre y los millones de exiliados que ha provocado el genocidio comunista desde 1917. Por el contrario, encontrar fotos que ilustren el genocidio nazi es extremadamente sencillo.

¿Por qué las ideas de derecha son mejores que las ideas socialistas?

Y ahora, una vez explicado por qué el socialismo no “ha demostrado su derecho a la existencia” (como decía el propio Marx) pasaremos a explicar por qué son mejores las ideas de derecha que enunciamos más arriba una a una:

  1. El convencimiento de que la economía de libre mercado, con todas sus desigualdades, es el motor de la sociedad pues es la que genera más riqueza y permite vivir mejor a la población de todas las clases sociales. 

El ser humano busca obtener mejores condiciones vitales para sí y para sus seres queridos. Este es un deseo humano y natural. Eso le lleva a discurrir acerca de cómo obtener esos bienes y riquezas. Y para conseguirlas por medios lícitos busca satisfacer las necesidades de otras personas. El emprendedor gana dinero siempre y cuando consiga satisfacer algo que necesite otra persona. Esta necesidad puede ser material o espiritual. Es decir, al ser humano le gusta moverse: viajar por placer y también necesita moverse para conseguir cosas. Y por ello algunos seres humanos crean desde el inicio de la historia vehículos que satisfagan esa necesidad. Quien hace coches gana dinero en la medida en que sus vehículos satisfagan las necesidades de los compradores. Al darse el libre mercado, el ser humano puede elegir el coche que más se ajuste a sus necesidades. El precio acabará siendo, precisamente por la competencia, el más ajustado posible respetando el beneficio del productor. Ese beneficio debe mantenerse pues es el motor de la riqueza. Es decir, si no hay beneficio, no hay producto ni tampoco innovaciones tecnológicas, que surgen del beneficio obtenido. Nadie arriesga su dinero y monta un negocio si no piensa obtener un benéfico. Si no hay beneficio, no se desarrollan las fuerzas productivas ni se crea nueva riqueza. Esto es así y no puede ser de otra manera. Yo recuerdo a un conocido socialista que no comprendía eso hasta que se metió en la plataforma llamada Bla, bla, car. Ofertaba viajar a otras personas y, lógicamente, no sólo tenía en cuenta el precio de la gasolina, sino todos los costes que el coche le suponía. Y a eso le añadía una cantidad que a él le parecía justa por conducir y ofrecer su coche valorando el tiempo que él dedicaba a llevarles y a hacerles el viaje agradable manteniendo el vehículo limpio y cuidado. Cuando yo le dije que se estaba convirtiendo en un capitalista, me dijo que no, que su caso era diferente. Y, efectivamente, para él era diferente porque su coche no era su medio de vida, pero la lógica que aplicaba para fijar el precio del viaje era la misma que emplea cualquier empresario. Lo mismo me pasó con otro conocido que vendía bocadillos de forma ilegal por la noche en la Gran Vía madrileña, que ofertaba los bocadillos a un precio que le hiciera ganar algo de dinero y que resultara atractivo a los clientes para competir con los establecimientos legales. Eran capitalistas, sin quererlo y sin saberlo. Pero ambos eran de izquierdas….

Lógicamente, el sistema capitalista tiene sus problemas, sus injusticias, sus disonancias y hasta sus crímenes. El ser humano es egoísta por naturaleza y por ello debe haber leyes y un Estado que controlen este egoísmo, pero sin impedir que exista el libre mercado y la creación de riqueza. Es decir, hay que controlar y castigar a quienes venden productos sin pagar sus impuestos o en malas condiciones, a quienes estafan, a quienes se asocian con la competencia para fijar precios abusivos, a quienes corrompen a gobernantes para ganar dinero o se dejan corromper por ellos para obtener contratos públicos, pues todo eso se produce. Pero a pesar de que eso existe, el capitalismo ha demostrado indiscutiblemente desde su aparición que es un sistema que crea más riqueza que el socialismo y es capaz de ofrecer un nivel de vida y de libertades personales que supera con creces a ningún otro sistema habido en la historia de la humanidad. Y esto es indiscutible. 

El otro gran problema que se le critica a este sistema es la desigualdad social. Y esta es cierta y es absurdo negarla. Pero la desigualdad es algo natural. Todos los seres humanos queremos diferenciarnos de los demás. Y para eso tenemos un nombre por el que nos gusta ser llamados con cariño. Nuestro camino de construcción personal, es precisamente, un proceso de individualización. Eso es natural. La desigualdad es lo natural en la especie humana. Así que, efectivamente, este sistema genera desigualdad, pero al generar tantísima riqueza, hasta los más pobres viven mejor que esa inmensa mayoría igualada en la miseria en las sociedades socialistas. Es perfectamente asumible socialmente la desigualdad si el nivel económico de la clase más baja es más alto que el del socialismo. 

2. El respeto a la propiedad privada como fundamento del orden y el progreso social.

Esta es la base fundamental del sistema. Las personas gastan sus energías y su tiempo y arriesgan su dinero para obtener riquezas para sí y sus seres queridos. La propiedad privada garantiza que esas riquezas alcanzadas serán suyas y de sus seres queridos cuando ellos mueran. Efectivamente, esto también entraña un problema moral. ¿Y las personas que por su herencia o cómo efecto de donaciones pueden vivir sin trabajar? Es cierto que esto es así y no es deseable, ni moral ni materialmente. Pero nuevamente, es una lacra del sistema que hemos de admitir para que el sistema funcione en su conjunto. Si no se permitiera la herencia, las personas intentarían donar sus propiedades a quienes deseasen en vida y si esto también se prohibiera, las personas dejarían de crear riqueza, pues al no poder disponer de sus bienes libremente, desaparecería el aliciente que los lleva (también a nosotros) a la creación de la riqueza.

3. La creencia en la necesidad de unas leyes democráticas y de un Estado nacional o supranacional que vele por su mantenimiento y las haga cumplir si es preciso por la fuerza por encima de cualquier consideración.

Como decíamos antes, no hay ninguna sociedad perfecta, pues está compuesta por seres humanos. Y dentro de los seres humanos anida el mal: la envidia, la corrupción, la avaricia, el crimen, el robo, el asesinato… Es preciso que haya una institución que monopolice legalmente el uso de la represión y la violencia para imponer unas leyes de forma que los individuos por violentos o poderosos que sean no osen enfrentarse al bien común.

El Estado nacional, además, debe velar por su propia integridad y mantener como un principio básico la represión de todas aquellas fuerzas que estén en su contra y pretendan desintegrarlo, sean estas fuerzas separatistas o anticapitalistas.

4. La creencia en que la democracia parlamentaria es el mejor de los sistemas políticos conocidos. 

Ese Estado es mejor cuando tiene un funcionamiento democrático porque, como dijo Churchill, con todas sus tensiones e imperfecciones, la democracia es el más detestable de todos los sistemas conocidos exceptuando todos los demás, pues permite que el Poder cambie de manos de forma pacífica y de acuerdo con las preferencias de un sector mayoritario de la sociedad. 

5. La igualdad de derechos entre todos los ciudadanos del Estado.

Este es un elemento fundamental, pues es la base de la movilidad social y esta movilidad es imprescindible para que los sectores más humildes confíen en sus posibilidades de progreso individual. Es en este sentido, absolutamente vital, que el Estado garantice a todos sus ciudadanos una educación de calidad y un sistema meritocrático que permita, efectivamente, esta movilidad social.  Algo parecido podemos decir de la sanidad. Es preciso que todos los habitantes tengan derecho a la educación, a la sanidad y a otras prestaciones sociales que permitan la movilidad social, sin que esto suponga que no pueda hacer instituciones educativas o sanitarias privadas. 

6. El convencimiento de que la separación de poderes es básica para que la sociedad minimice en lo posible la lacra de la corrupción política y social. 

La democracia no es simplemente el resultado de unas elecciones ni un Gobierno salido de las urnas. Esas votaciones y ese Gobierno deben hacerse realidad de acuerdo con los principios del Estado, cuyas normas fundamentales estarán expresadas en una Constitución. No se puede votar contra ninguno de sus principios; es decir, no se puede votar por disolver el Estado, ni por deponer el derecho a la propiedad, ni a favor de las discriminaciones personales, ni por acabar con el sistema demócratico. No se puede votar para establecer leyes de discriminación sexual o racial. Estas leyes han de estar por encima de las votaciones, pues son las que garantizan la creación de riqueza y la seguridad jurídica. Nadie invertiría en un país que corra riesgo de desintegrarse o en el que pueda ser abolida la propiedad privada. Debe existir un parlamento que apruebe leyes de acuerdo con esa Constitución. Debe haber, así mismo un poder ejecutivo que se encargue de gobernar el país de acuerdo con las leyes que fije el Parlamento. Estos tres poderes deben ser elegidos de forma totalmente independiente y ha de evitarse en la medida de lo posible la intromisión de uno en el ámbito de los otros. 

A estos tres poderes ha de unirse la libertad de prensa y de expresión organizada libremente como el mejor mecanismo de control del poder legislativo, ejecutivo y judicial.

Conclusión

Todo esto es lo que pensamos los ciudadanos que somos de derechas. Queremos una sociedad que funcione bien y que permita el desarrollo individual de todo el mundo. No somos monstruos. Somos personas que creemos en lo que decimos y tenemos el mismo derecho que tú a exponerlas, votar por ellas y defenderlas. 

No espero tu adhesión, pero sí tú respeto. Muchas gracias si has llegado hasta aquí. 

Saludos cordiales. 

PD: Si quieres saber más, te recomiendo que leas La casa eterna de Yuri Slezkine o que veas la serie de documentales Apocalipsis, la guerra de los mundos en RTVE play.

Revolución low-cost

En los últimos años, nos encontramos ante escenarios verdaderamente curiosos. Desde dos frentes políticos muy significados (el separatismo y el neocomunismo de Podemos) se ha iniciado una guerra contra el Estado. Tanto unos como otros plantean abiertamente la ruptura del consenso constitucional actual bajo diferentes denominaciones que hagan más llevadero o incluso invisible su objetivo final. Ante todo, seamos felices…

Fantasía y realidad

Los separatistas, que pretenden privar por la fuerza de sus votos a la mayoría de los catalanes de su derecho a ser españoles y europeos (con el montante de beneficios legales, llámese derechos, que eso entraña) privándoles de DNI y pasaporte comunitario, endulzan/ocultan su objetivo final vistiéndose como “soberanistas” y hablan de su “derecho a decidir” y de su “soberanismo». Tergiversan la realidad llamando “democracia” a votar contra la legalidad o “procés” al golpe revolucionario contra el Estado. Ante todo, educación y cortesía… mientras no les toques su credo.

Karl Marx en 1875.

Los neocomunistas, por su parte, se dirigen a la “gente” (término afectivo y subjetivo que engloba a su grey) en vez de a los ciudadanos (todos nosotros, los sujetos de derecho independientemente de nuestra condición social) y hablan en privado de que “el miedo cambie de bando”, de “tomar el cielo por asalto” o de que no pueden «decir la palabra España” para al día siguiente proclamar en público que luchan por el “país de las sonrisas” o por el “diálogo”. Y es que la vida es tan bonita…

Se trata de lanzar un mensaje amable, edulcorado, apto para todos los públicos, consumible sin reparos por cualquier persona amable y sentimental, que no analice las cuestiones estableciendo la implacable lógica natural de los procesos sociales y/o desconozca la historia. Es la política posmoderna.

No es inteligente suponer que esos objetivos últimos de unos y otros (que en realidad son el mismo; esto es, la destrucción de nuestro sistema social actual para sustituirlo por otro en el que ellos sean hegemónicos) puedan conseguirse sin recurrir a la fuerza. La lógica social nos dice que si separatistas o neocomunistas vuelven a intentar destruir nuestro Estado de derecho (que parte, lógicamente, del cumplimiento de las leyes), el Estado español (y todos) se defenderá empleando la fuerza (la Policía, la cárcel y, si es necesario, el propio Ejército). Eso ha ocurrido en la Gran Bretaña cuando envío a Irlanda 45.000 soldados para imponer la pérdida de la autonomía, en Francia en mayo de 1968 o en cualquier otro país del mundo. La propia historia demuestra que los cambios sociales del calado que sueñan unos y otros han conducido siempre a la violencia y a la guerra. En Rusia, en Alemania, en España, en Yugoslavia y en todo lugar donde esto se ha intentado realmente.

El final del verano

Y aquí es donde llegamos al final de todo el ciclo actual. Los seguidores actuales de los separatistas y neocomunistas (lo que unos llaman el poblé cátala y los otros la “gente” por no asustar empleando la terminología marxista “masas”) no están dispuestos a ofrecer a su causa el esfuerzo que esta les exigirá el día en que realmente se pongan en serio en camino hacia la revolución. Y este peaje no es otro que el de sufrir la violencia real en sus carnes. Están dispuestos a irse al extranjero a pasarse unos meses de asueto a costa del erario público o a marcarse un sueldo tres veces el salario mínimo (¿por qué no uno por debajo del salario mínimo para entender mejor como viven los pobres?).

Lo que ha demostrado el sainete catalán ha sido, entre otras muchas cosas, que en la situación actual los separatistas y su sacrosanto “poble catalá” están dispuesto a hacer colectas, fiestas y asistir a misas y manifestaciones, pero bajo ningún concepto a enfrentar las consecuencias que les supondría una verdadera ruptura. Ni los dirigentes, ni los seguidores. Y de ahí toda la farsa a la que asistimos hoy. Quieren ganar la independencia sin arriesgar nada. Ir a la manifestación y cenar en un restaurante de lujo. Apoyar el independentismo y tener las sedes sociales de sus empresas en Madrid. Ja.

Tres cuartas partes de lo mismo cabe decir de los seguidores de Podemos. Están dispuestos a la revolución, por supuesto; pero sin renunciar a su consumismo, a sus vacaciones, a sus peinados de una hora ante el espejo, a sus móviles de última generación y a sus pisos de protección oficial. La Sexta, el escaparate rouriano del neocomunismo low-cost, lo tiene bien claro. Propietario y presentadores que claman contra la «especulación inmobiliaria», pero poseen decenas de propiedades; humoristas que se burlan de la Constitución y de las leyes con sarcasmo para acto seguido acogerse a ellas sin el menor rubor; ideología revolucionaria (antiburguesa y antiespañola) en todos sus programas, pero emisión incansable de publicidad; lucha a ultranza contra el machismo y la mujer-objeto, pero con presentadoras jóvenes, guapas y vestidos cortos; preocupación por la cultura española, pero con la emisión diaria de programas futbolísticos de la peor calaña; crítica a la riqueza y a los ricos, pero emitiendo programas donde algunos privilegiados enseñan sus lujosas casas; críticas al imperialismo yanqui, pero programando películas de acción norteamericanas todos los días. Por un lado, los sueños irreales; por el otro, la tozuda realidad. Se trata de un mensaje incoherente que solo pueden comprar revolucionarios low-cost. Es un mensaje, además, con fecha de caducidad. No se puede estar esperando la revolución toda la vida como si fuera la primavera. El territorio de nadie es el de la inmadurez de las consignas cursis. Más tarde o más temprano, hay que romper abiertamente con la sociedad o aceptarla para sobrevivir. Salvo que se sea rico y se haga del cinismo un modelo de vida.

Mikhail Koltsov – Trabajo propio photo 1936

Durruti decía en 1936, poco antes de morir en la Casa de Campo: “los trabajadores no le tenemos miedo a la destrucción”. ¿Qué diría hoy el viejo revolucionario si viera a quienes defienden la lucha contra la burguesía en España? La LOGSE ha hecho creer en Cataluña y en España a millones de treintañeros (y casi  casi a cuarentones) que se puede alcanzar la revolución con un tuit o tocando el mando a distancia del televisor.

El vano ayer engendrará un mañana…

El despertar llegará y, con toda seguridad, será muy duro. La madurez llegará a todos, aunque sea con setenta años ya cumplidos… Los que hoy duermen despertarán en la sudorosa angustia y sufrirán las consecuencias sobre sí mismos de este gigantesco engaño. ¿Recaerá su ira sobre alguien más?

 

Una lectura política de La casa de Bernarda Alba

Acabo de releer, por motivos profesionales, La casa de Bernarda Alba. Y en este artículo no voy a tratar aspectos que ya han sido tratados y demostrados en la última década, aunque sí esbozarlos, para que el profano en la materia sea capaz de profundizar si quiere en las causas de la muerte del autor granadino y ver la relación que esta tuvo con la publicación de su obra. El asesinato de Lorca, tal y como se demuestra en el excelente documental Lorca, el mar deja de moverse  fue la consecuencia de rencillas familiares y odios personales que se unieron a la terrible situación política que estalló en España en 1936. Lorca reflejó en su obra con nombres y apellidos reales a la despótica familia Alba-Roldán con quien mantenía la suya lazos familiares y de vecindad. Su asesinato fue la venganza ante esta supuesta ofensa. Esto explica la actitud de la familia de Lorca de absoluta oposición a que se invierta dinero en buscar sus restos. Para ellos, la muerte de su más famoso familiar era tabú.

Pero la lectura de Bernarda Alba de estos días ha encendido una débil luz en mi mente y es la posibilidad de interpretar la obra desde un punto de vista político. No estoy diciendo con esto que el propio autor diseñara su obra desde planteamientos políticos de forma consciente, sino que, en el maremágnum en que se convirtió España en 1936, Lorca, inconscientemente, reflejó en la obra su visión sobre el conflicto ideológico de las fuerzas antagónicas que en España estaban a punto de enfrentarse en una guerra civil abierta. No olvidemos que Lorca escribió la obra en pocas semanas y la remató en junio de 1936.

La España de 1936 y la violencia política

Para ello es preciso hacerse cargo de cuál era la situación española de la época. El país desde 1931 estaba embarcado en una dinámica de acción-reacción que amenazaba día a día en solucionarse por medio de una confrontación violenta. La polarización entre derechas e izquierdas era cada día mayor. Tras la Revolución de 1934 en la que el PSOE y los anarquistas de la CNT unidos a fuerzas separatistas catalanas intentaron derrocar la República, todo había ido a peor. La violencia política se adueñó de las calles. Un país absolutamente a la deriva en el que se habían producido unas elecciones en febrero de 1936 en las que habían vencido fraudulentamente las izquierdas (esto está hoy demostrado documentalmente gracias al libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, 1936: Fraude y Violencia). Una España en la que a partir de ese día funesto, se producía una media de tres asesinatos políticos diarios y los diputados como la Pasionaria asaltaban las cárceles liberando los presos de la Revolución de 1934 sin mandato judicial alguno. El caos era la realidad cotidiana de la población.

La ideología de García Lorca

Lorca procede de una familia acomodada, terrateniente, pero de ideología republicana. Es, además, homosexual y mantiene una posición amistosa y abierta hacia la ideología comunista. Sus críticas al capitalismo son bien visisbles en su obra Poeta en Nueva York. No es un político y nunca lo será, pero sí es lo que los comunistas de la época llamaban un “compañero de viaje”.  Por otro lado, habría que señalar su identificación con colectivos marginales como los negros y los gitanos es también evidente en su obra. Su posición en materia sexual en todas sus obras es siempre liberal y tendente a exaltar los instintos por encima de las convenciones sociales de la época o el propio matrimonio. Esto es perceptible tanto en Yerma como en Bodas de sangre. Es decir, se trata de un autor comprometido (no de un político) que se mueve en una ideología vagamente izquierdista en el aspecto político y absolutamente liberal en el terreno sexual. Es desde este postulado desde el que hay que entender la obra.

La lectura política de La casa de Bernarda Alba

En ella, el personaje de Bernarda Alba representa, justamente, a los sectores sociales que se enfrentan a la ideología de Lorca. Bernarda Alba es el autoritarismo y la represión: no tenemos más que ver cómo ha convertido su casa en una cárcel de la que no deja salir a sus hijas, cómo las somete al silencio y a la represión de los sentimientos. Es una persona cruel, fría y desalmada. Es también, por otro lado, una persona muy preocupada por las apariencias y el respeto hipócrita de las convenciones sociales hasta el punto de llegar a la mentira y la ocultación de la verdad (y por ello finalmente, aunque su hija ha perdido la virginidad con Pepe el Romano, proclamará su castidad e inocencia). Y también es enormemente clasista y está muy preocupada por el dinero. No permite que sus hijas se casen con personas que no sean de su clase social. Todos estos defectos son los mismos defectos que veía Lorca en las capas dominantes españoles y muy especialmente en los pueblos, a los que de forma equivocada corrió a refugiarse en julio de 1936.

 

Contra esa España tradicional y reaccionaria de la CEDA representada por Bernarda Alba, se alza Adela, que en esta lectura política representaría inconscientemente la posición liberal, sobre todo en el aspecto sexual, de las capas burguesas; es decir, sería una contrafigura de las propias posiciones de Lorca. Esa España está llamada a la rebelión (de ahí que Adela rompa el bastón de su madre) y de hecho en la primavera de 1936 esa rebelión ya se estaba produciendo.

 

¿Y quién es Pepe el Romano? Un personaje externo, al que no vemos nunca, “pero tiene la fuerza de un león” y es el causante último que agita la España cerrada de Bernarda y de las capas reaccionarias. Si no fuera por él, a pesar de no aparecer en escena, Adela no se rebelaría. En mi opinión, políticamente Pepe representa al sector social destinado a “salvar”, a redimir a las otras capas sociales y a romper el dominio de la oligarquía tradicional. Es por tanto un símbolo vago de las ideas proletarias y marxistas. Es ese “fantasma que recorre Europa” al que se refirió Carlos Marx.

 

Adela se suicida al creer que esa posibilidad ha muerto. Y no es así, Lorca apuesta porque eso todavía es posible. ¿Por qué no puede enfrentarse Pepe a Bernarda? Porque no tiene armas. Bernarda tiene las armas porque representa el poder del Estado. Marx dijo que el Estado se reduce al final a un grupo de personas armadas en defensa de la propiedad privada. Esa es Bernarda Alba. Y ahí está la posibilidad de que Pepe, en un futuro, armado, pueda enfrentarse a ella.

 

Finalmente, la enorme violencia que se aprecia en la obra, con actos de sexo colectivo (lo que hoy se llama bukake), los linchamientos a mujeres, el intento de asesinato de Pepe o el suicidio de Adela son reflejo de la caótica situación que en los meses anteriores se había desencadenado en España hasta amenazar la convivencia con funestas consecuencias. Ese mismo juego de acción-reacción que se precipita en el final de la obra con la rebelión de Adela y la consiguiente ruptura del bastón, asesinato y suicidio fue el que se estaba dando en la realidad.

 

Lógicamente, esto es mi lectura personal. No es una lectura excluyente sino complementaria a otras que se han realizado y se seguirán realizando. Y no pretendo, ni podría pretender dados mis escasos conocimientos, plantear más que esta sencilla pregunta: ¿Hubiese escrito Lorca esta obra, tal y como la conocemos, en 1927?

 

Los sueños sociales de unos son siempre las pesadillas de todos los demás.

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Ayer, 6 de diciembre de 2016,  en el Parlamento de España hubo diputados que quisieron marcar su oposición a la Constitución de 1978. Es para ellos una ley que supuso una traición y que no merece respeto leal. Es una ley que no les representa. También en algunas ciudades de España, grupos separatistas han ofendido nuestra ley suprema de diferentes maneras. Es evidente que hay muchas personas en España que cuestionan el marco social vigente. ¿Somos conscientes de lo que eso supone?

La democracia es ley antes que nada

Muchas personas creen que la democracia es votar. Y es cierto que esa es una parte de la democracia. Pero no es la única. El voto ha de tener límites para que un estado sea democrático. ¿Se puede votar en España que los negros o los judíos son inferiores? ¿Por qué no? ¿Acaso no tenemos derecho a votar y el pueblo es soberano? ¿Se puede votar en España que determinado líder político (o usted o yo mismo) es un imbécil? La respuesta es no. La Constitución garantiza sus derechos (y los míos). Por esa misma razón, hay otras muchas cosas que tampoco se pueden votar. Porque la ley que garantiza la estabilidad y la concordia, la Constitución lo impide.

Así pues para que haya democracia es  que haya una ley que garantice el derecho al voto y unas normas muy básicas que todos se comprometen a respetar siempre, pase lo que pase. En España esa ley es la Constitución de 1978 y quien la toca, solo la puede sustituir por otra que tenga más apoyo que la actual.

La democracia solo sobrevive en  la moderación

La democracia es siempre el terreno de la estabilidad y la moderación, del acuerdo y la cesión. De forma forzosa e imprescindible. Y cuando esto deja de ser así, es que estamos caminando, lo queramos o no, hacia el enfrentamiento y la guerra. Y por tanto, hacia el final de la democracia. Apliquemos el sentido común. Si en una democracia, un grupo de personas quiere cambiar las normas del juego y otros grupos  están en contra, el grupo renovador solo puede plantearse cambios menores y que no resulten traumáticos a los otros grupos sino quiere crear un enfrentamiento social. Si por el contrario, los cambios planteados son radicales y amenazan con modificar el estatus quo de los demás; es decir, el marco que ha garantizado hasta ese momento la convivencia entre todos, es seguro que la otra parte de la sociedad, que sigue aceptando el marco social vigente, que les ha garantizado la convivencia, se asustará y por tanto, se radicalizará para evitarlo. Esto es absolutamente lógico.

Es más, históricamente, cuando una de las partes se ha radicalizado, el clima social se ha ido tensando hasta desembocar en graves disturbios, asesinatos, revoluciones y guerras. Toda Europa vivió este proceso de radicalización durante los años 30 del siglo XX, una etapa histórica que acabó con la instauración del nazismo en Alemania, del fascismo en Italia, la Guerra Civil española y, finalmente, la devastadora Segunda Guerra Mundial. Todo esto costó decenas de millones de muertos. Ese fue el precio del fin de la democracia.

Los sueños tienen siempre un coste

Que nadie se engañe. Cuando alguien habla de que va a imponer sus sueños, al tratarse de ideas que están muy alejadas de lo que ahora ocurre (si no, no serían sueños), son a la vez la pesadilla de los demás. Los sueños de unos son obligatoriamente las pesadillas de todos los demás. Y esto lo vemos día a día con mayor insistencia en España.  Es muy fácil hacer la carta a los Reyes Magos y pedir que lo pague el vecino. Y es absolutamente ingenuo pensar que el vecino (que es el que tiene el dinero) lo va a pagar. alegremente. Si es poco el pago, se resistirá poco; pero cuanto mayor sea la cuenta, mayor será la resistencia. Esto es de una evidencia palmaria.

Y conseguir los sueños en la tierra no es gratis. Justamente porque son sueños.

Los sueños individuales nos exigen enormes esfuerzos personales, sacrificios, renuncias y pérdidas de todo tipo en aras de lo que queremos conseguir. Seamos deportistas, artistas o simples seres humanos que conocemos el esfuerzo que cuestan las cosas, sabemos que solo con el dolor se alcanzan los sueños. Con nuestro propio dolor, no con el ajeno.

Los sueños sociales también exigen esfuerzos personales, pero además de los nuestros exigen torcer la voluntad de muchas otras personas y obligarles a pasar por sacrificios que no quieren y no tienen por qué asumir. Y la cuestión no es si una cosa es más injusta o menos, porque lo que para unos es justo, para otros no lo será. No hay que quedarse solamente en lo que queremos o nos parece bien, sino que hemos de pensar de qué forma se puede conseguir y si estamos dispuestos a ese coste. Para hacer una tortilla hay que romper los huevos. Y eso no es justo ni injusto; simplemente es. Y solo hay una manera de conseguir sueños sociales, y es por medio de la violencia. “La revolución es la partera de la historia”, decía Carlos Marx, que era un revolucionario valiente y sin careta . Lo que todos los seres humanos hemos de preguntarnos es qué precio estamos dispuestos a hacer pagar a nuestros semejantes por imponer nuestros sueños sociales. ¿La represión y la cárcel? ¿los campos de concentración? ¿el atentado terrorista? ¿el asesinato? ¿la revolución y la guerra? Solo cuando hayamos contestado a estas preguntas, podemos seguir la senda de la radicalización y de los sueños.

La democracia es el sistema del cambio pacífico

Esto no significa que no se puedan cambiar las cosas. La democracia es el terreno del cambio posible y pacífico. La democracia permite que las sociedades han cambiado y cambian, diariamente, sin violencia. De la sociedad española de mi infancia a la actual hay cambios tremendos. La libertad política, el ingreso pleno de España en Europa y en el mundo occidental, la incorporación de la mujer al trabajo, la generalización de los anticonceptivos o la instauración de la informática en nuestras vidas han supuesto un cambio radical en la sociedad española. Todos esos cambios han sido posibles dentro del marco constitucional vigente. Un marco democrático y reformista. No fueron posibles en el marco anterior (el del general Franco), ni tampoco lo serían en el que nos prometen los que proclaman sus sueños, nos prometen asaltar los cielos y en la práctica gestionan las peores  pesadillas en Cuba o Venezuela, aunque ellos prefieran vivir aquí en este lodazal de corrupción. Sacrificados que son, sacrifican sus sueños por nosotros.

Querámonos a nosotros mismos y busquemos la concordia. Cualquier grupo que aspire al cambio de la Constitución de 1978 debe garantizar un consenso mayor que el que se consiguió entonces. Lo demás es conducir a la población (y no como Marx, con la verdad por delante, sino con engaños y embelecos) por la senda que lleva al enfrentamiento violento, al asesinato y la guerra.