Feliz puente de la Constitución

En los últimos días, tanto entre familiares, amigos y conocidos reales como en Facebook, he asistido con verdadera preocupación a un aumento vertiginoso de la tensión política. No diría que me quita el sueño, pero sí he dedicado bastante tiempo a preocuparme y reflexionar sobre la España que se avecina. El resultado de las elecciones en Andalucía, con el ascenso de Vox, ha encendido una hoguera de palabras gruesas y de insultos como yo no recuerdo en muchos años. Así que considero que una reflexión serena sobre lo que ocurre no está de más. Ojalá que los amigos (muchos algo más jóvenes que yo) que inicien la lectura de este texto sean capaces de terminarlo. Muchas de las personas que leerán este escrito me conocen personalmente y me tienen cierto cariño o respeto y de este conocimiento quiero valerme para hacerles llegar un pensamiento que considero importante hoy. Intentaré ser breve.

Hoy es 6 de diciembre de 2018. Como todos sabemos, es festivo, y este año, como muchos otros, se convierte en un puente, que en Portugal llaman “de los españoles” y que en España llamamos “de la Constitución”. A partir de esta realidad, voy a permitirme realizar una metáfora que considero hoy más necesaria que nunca.

En 1975 murió el general Franco y acabó su dictadura militar. Una dictadura surgida en 1939 como consecuencia de una guerra civil. Una guerra civil declarada, que ya se había iniciado de forma larvada muchos años atrás pues, como todos sabemos o deberíamos saber, el asesinato y la aceptación de la violencia como arma política fue una constante en la España de inicios del siglo XX y mucho más durante la II República. Basta leer Luces de bohemia o los versos de Machado (y muchos lo habéis hecho) para comprobar cómo la intelectualidad alentaba o comprendía lo que estaba pasando y el vendaval de violencia que se avecinaba. La guerra civil no es un incidente aislado, sino la traca final de todo un proceso anterior de décadas violentas, desde la Semana trágica hasta la acción directa anarquista o el pistolerismo patronal. Quien no sabe esto es que desconoce la historia de España y creo que debe aprenderla con urgencia, si no quiere volver a vivirla en sus propias carnes, porque lo que está ocurriendo en España en los últimos dos años tiene evidentes paralelismos con el proceso que llevó al colapso de la Segunda República.

Como hemos estudiado, nuestra guerra civil costó centenares de miles de muertos y dejó a muchos millones más sin sus familiares. Cada ejército movilizó a más de un millón de españoles que, forzados (pues la tasa de desertores era elevadísima en ambos bandos), se dedicó sistemáticamente a matar y, sobre todo, a que no le matasen. A pesar de esto, se calcula que murieron unos 350.000 españoles, lo que equivale a la población actual de muchísimas ciudades españolas. ¿Todos los habitantes de Jerez muertos así de golpe? ¡No, el doble! Los muertos por la salvaje represión en ambos bandos fueron también numerosísimos. Solo en Paracuellos del Jarama murieron fusiladas más de seis mil personas por orden del bando republicano. A muchos de los fusilados por el bando nacional todavía los están buscando. Monjas violadas, sacerdotes y católicos, asesinados por un lado. Milicianos asesinados, familiares de milicianos asesinados por el otro. Comunistas, socialistas, falangistas, verdugos de otros españoles. A sangre y fuego,la colección de cuentos del socialista (exiliado para evitar su muerte a manos de los comunistas), Rafael Chaves Nogales es hoy lectura obligada. Mis alumnos lo leerán como optativa este año.

Unos españoles, los fachas, ganaron la guerra; otros, los rojos, la perdieron. Los fachas contaban la historia durante décadas como ganadores; los rojos callaban como perdedores. ¡Qué nombres más insultantes! ¿verdad? No eran ni son definiciones políticas, sino armas arrojadizas, hechas por unos y otros para herir a sus semejantes. ¡Rojo asqueroso! ¡Puto facha! La paz o, mejor dicho, el final de la guerra, hizo el silencio… Los rojos y los fachas vivían en realidades paralelas, en un mundo en el que había muros de grueso cristal blindado. Unos encima de otros, porque habían ganado, porque esa es la lógica de la guerra, de todas las guerras. Los rojos y los fachas vivían en dos continentes sentimentales aparte y el océano que les separaba era el odio y la sangre vertida.

Hay personas muy jóvenes que no comprenden que la Constitución fue y es un puente, pero no festivo, sino de verdad. La Constitución es el pacto y el reencuentro, el derribo del muro de cristal. Los fachas pactaron con los rojos: “No miraremos atrás. Perdonaremos lo ocurrido y volveremos a convivir. Ya no seremos rojos y fachas, sino españoles con ideas muy muy opuestas”. Ese fue el pacto que juraron los viejos dirigentes republicanos del PCE con Carrillo a la cabeza y los jóvenes falangistas con Suárez a la cabeza. Carrillo era el rojo asqueroso, el asesino responsable de la matanza de Paracuellos (o así lo creían los fachas que le dejaron volver a España). En Paracuellos murió Pedro Muñoz Seca y a Ramiro de Maeztu lo asesinaron los rojos por las calles de Madrid. Los fachas habían asesinado a Lorca y Miguel Hernández murió en las prisiones franquistas. Eso pensaban los rojos que volvían del exterior. Los putos fachas lo habían matado. Pero ahora se habían dado cuenta de que no había otra alternativa que el pacto. “No miraremos atrás. Se acabó. Haremos un puente que nos una renunciando unos y otros a imponer por la fuerza las ideas. Dejaremos que haya elecciones y si las perdemos, nos fastidiaremos e intentaremos ganar la próxima vez. Seremos leales a ese pacto y al juego democrático, nos gusten los resultados o no.” Y crearon la Constitución.  La Constitución es el puente feliz que nos ha permitido durante cuarenta años disfrutar del período más largo de paz a los españoles desde el siglo XIX. A pesar de que ha habido casi mil muertos por la ETA, ha sido el período más pacífico de los últimos siglos. ¡Cómo serían los anteriores!

Pero en los dos últimos años y muy especialmente esta semana todo parece olvidado. ¿Es que queremos volver a estar enfrentados por el odio? ¿Por qué no hemos mantenido el compromiso de no mirar hacia atrás? ¿Acaso no nos damos cuenta de que continuar por esta senda tiene difícil vuelta atrás? ¿No nos damos cuenta de las consecuencias de nuestras palabras? ¿Creemos que nos van a salir gratis? Ciertamente, en muchos comentarios leídos esta semana, veo el mismo odio que ya nos llevó a la guerra hace casi cien años. Estoy seguro de que muchas personas que hablaron sin pensar en 1931 o 1934 no podían ni imaginar que cinco años después iban a morir o a ver morir con gran dolor a sus familiares y amigos. Incluyo entre ellos a mis propios familiares, represaliados, como tantos otros al finalizar la guerra.

Estos días se ha creado un ambiente guerra-civilista en muchos ámbitos y yo creo que muchas de las personas que lo están alimentando no se dan ni cuenta de que están fracturando el puente de la Constitución, ni el valor que este tiene. Tras la victoria de Vox han ardido las redes sociales (y lo que no son las redes pues se han incendiado contenedores y han sido atacados comercios). Son daños menores hechos por incontrolados. También ha habido un joven apaleado en Vitoria y otro hombre murió en Zaragoza hace meses asesinado por manifestarse como español. Un herido grave y un asesinado. Otros incontrolados. Esto ya ha pasado. Tienen familia y amigos, como todo el mundo. Desde hace unos años se vuelve a decir la palabra “facha” por todas partes. Serrat es facha. Juan Marsé es facha. Boadella es facha.  ¿Quién no es facha en Cataluña? ¿Quién es quien reparte las etiquetas de facherío? He leído en la red que la diferencia entre un fascista y un antifascista es que solo el primero sabe que lo es.

Hay muchos españoles que son lo que los rojos clásicos, los comunistas, han llamado fachas. Son millones. No son dos ni tres… millones. Son probablemente muchos millones más. Y es que hay muchos españoles, más de la mitad, que descienden de los asesinados por el bando republicano y cuando oyen hablar de las víctimas de la guerra civil se acuerdan de las suyas. Es humano. Y otros son fachas nuevos, sobrevenidos, que no perdieron familiares en la guerra ni conocieron a Franco, pero se han hecho fachas igual. Aunque no se hayan manifestado durante años, hay muchos españoles que tienen opiniones diferentes a las que han dominado durante muchos años en la política española. Hay muchos españoles que callaban, pero creen que España es su nación y están agradecidos a que exista y creen que tienen una deuda con todos sus antepasados por haber creado y sostenido la prosperidad de la que disfrutan. Son fachas y piensan y sienten así. Creen que sin la existencia de España su vida sería peor y quieren legar a sus hijos la misma herencia que recibieron de sus padres. Son fachas y piensan así.  Están en contra del aborto porque creen que es un asesinato. Es probable que estén equivocados, pero creen eso y no podemos quitarles el derecho a creer eso y a que intenten adecuar las leyes a sus creencias, porque otros crean que hasta la semana decimocuarta el embrión no es una vida humana y por eso se puede abortar. Y los fachas están en contra de la inmigración ilegal, porque creen que la emigración debe ser regulada. Son fachas, pero pueden defender una política migratoria diferente a la que me gusta a mí, que es la de que todos puedan entrar en España sin establecer ningún tipo de barrera, aunque sean millones los que vengan. Estos fachas están en contra de la ley de la violencia de género y no creen que el testimonio de una mujer en un juicio deba tener mayor valor que el de un hombre. Son fachas, pero tienen derecho a tener otra idea sobre lo que es la igualdad ante los tribunales.

Y estaban ahí. Votaban al PP… o no votaban, o votaban a otros. En realidad, esto es indiferente. Y quieren modificar el título octavo de la Constitución mediante los mecanismos legales. Y tienen derecho a votar, el mismo al menos que los seguidores de la ETA o los separatistas catalanes, que también quieren modificar la Constitución y hacer un referéndum de autodeterminación y además han matado a mil personas. Y hay que asumir que, aunque sean fachas, si ganan las elecciones, la Constitución les reconoce el derecho a desarrollar su política siempre que no rompan el marco legal que nos ampara a todos. Y, por ahora, ni han roto el marco legal, ni han matado… Aunque sean fachas. Pueden estar equivocados, sí; pero tienen derecho a equivocarse. Aunque sean fachas. Eso es lo que les garantiza la Constitución que todos aceptamos como marco legal.

Porque si eso ocurre, que no quepa duda de que entonces todos los firmantes del pacto tendrán el derecho a su defensa con la mayor firmeza; desde luego, espero que con mucha más de la que el Gobierno de Rajoy ha mostrado en Cataluña con los separatistas.

Y es ahora, quizá como última oportunidad, amigos todos, cuando debemos darnos cuenta de que, la Constitución es el puente y si lo rompemos, lo vamos a pagar muy caro. Quien hable con desprecio del régimen del 78 o de su rival político, quien desprecie la monarquía o la república, quien desprecie a España, debe saber que está rompiendo ese puente. Ese puente es el de la paz. La paz no ha sido nunca gratis: la paz es el resultado de la tolerancia verdadera o de la imposición y el odio. Pero nunca es gratis. Y en este tiempo en que ya no hablamos de “intolerancia”, porque somos tan “tolerantes” (salvo con los intolerantes, por supuesto) que la llamamos “tolerancia cero”, debemos pensar mucho más en ser y hacer que en decir. Porque la paz significa no llegar a la guerra para permitir la alternancia de los que tienen ideas diferentes.

Y esto es convivir. Convivir con el igual es fácil, lo difícil es convivir con el facha. Es más difícil convivir con el facha que con el emigrante ilegal. Y lo peor de todo, es que la alternativa a esta maldita convivencia es la guerra civil, con mayúsculas. Que nadie se lleve a engaño. Para eso se creo este puente maravilloso, para unir lo que el odio había separado. Y si no queremos destruirlo de facto, cuidemos lo que decimos, porque de las palabras se llega a los hechos y de los hechos, a la sangre, que cuando encuentra un resquicio para salir a borbotones, luego no vuelve a entrar en el cuerpo. Y entonces solo viene la muerte.

 

Un abrazo.