Feliz puente de la Constitución

En los últimos días, tanto entre familiares, amigos y conocidos reales como en Facebook, he asistido con verdadera preocupación a un aumento vertiginoso de la tensión política. No diría que me quita el sueño, pero sí he dedicado bastante tiempo a preocuparme y reflexionar sobre la España que se avecina. El resultado de las elecciones en Andalucía, con el ascenso de Vox, ha encendido una hoguera de palabras gruesas y de insultos como yo no recuerdo en muchos años. Así que considero que una reflexión serena sobre lo que ocurre no está de más. Ojalá que los amigos (muchos algo más jóvenes que yo) que inicien la lectura de este texto sean capaces de terminarlo. Muchas de las personas que leerán este escrito me conocen personalmente y me tienen cierto cariño o respeto y de este conocimiento quiero valerme para hacerles llegar un pensamiento que considero importante hoy. Intentaré ser breve.

Hoy es 6 de diciembre de 2018. Como todos sabemos, es festivo, y este año, como muchos otros, se convierte en un puente, que en Portugal llaman “de los españoles” y que en España llamamos “de la Constitución”. A partir de esta realidad, voy a permitirme realizar una metáfora que considero hoy más necesaria que nunca.

En 1975 murió el general Franco y acabó su dictadura militar. Una dictadura surgida en 1939 como consecuencia de una guerra civil. Una guerra civil declarada, que ya se había iniciado de forma larvada muchos años atrás pues, como todos sabemos o deberíamos saber, el asesinato y la aceptación de la violencia como arma política fue una constante en la España de inicios del siglo XX y mucho más durante la II República. Basta leer Luces de bohemia o los versos de Machado (y muchos lo habéis hecho) para comprobar cómo la intelectualidad alentaba o comprendía lo que estaba pasando y el vendaval de violencia que se avecinaba. La guerra civil no es un incidente aislado, sino la traca final de todo un proceso anterior de décadas violentas, desde la Semana trágica hasta la acción directa anarquista o el pistolerismo patronal. Quien no sabe esto es que desconoce la historia de España y creo que debe aprenderla con urgencia, si no quiere volver a vivirla en sus propias carnes, porque lo que está ocurriendo en España en los últimos dos años tiene evidentes paralelismos con el proceso que llevó al colapso de la Segunda República.

Como hemos estudiado, nuestra guerra civil costó centenares de miles de muertos y dejó a muchos millones más sin sus familiares. Cada ejército movilizó a más de un millón de españoles que, forzados (pues la tasa de desertores era elevadísima en ambos bandos), se dedicó sistemáticamente a matar y, sobre todo, a que no le matasen. A pesar de esto, se calcula que murieron unos 350.000 españoles, lo que equivale a la población actual de muchísimas ciudades españolas. ¿Todos los habitantes de Jerez muertos así de golpe? ¡No, el doble! Los muertos por la salvaje represión en ambos bandos fueron también numerosísimos. Solo en Paracuellos del Jarama murieron fusiladas más de seis mil personas por orden del bando republicano. A muchos de los fusilados por el bando nacional todavía los están buscando. Monjas violadas, sacerdotes y católicos, asesinados por un lado. Milicianos asesinados, familiares de milicianos asesinados por el otro. Comunistas, socialistas, falangistas, verdugos de otros españoles. A sangre y fuego,la colección de cuentos del socialista (exiliado para evitar su muerte a manos de los comunistas), Rafael Chaves Nogales es hoy lectura obligada. Mis alumnos lo leerán como optativa este año.

Unos españoles, los fachas, ganaron la guerra; otros, los rojos, la perdieron. Los fachas contaban la historia durante décadas como ganadores; los rojos callaban como perdedores. ¡Qué nombres más insultantes! ¿verdad? No eran ni son definiciones políticas, sino armas arrojadizas, hechas por unos y otros para herir a sus semejantes. ¡Rojo asqueroso! ¡Puto facha! La paz o, mejor dicho, el final de la guerra, hizo el silencio… Los rojos y los fachas vivían en realidades paralelas, en un mundo en el que había muros de grueso cristal blindado. Unos encima de otros, porque habían ganado, porque esa es la lógica de la guerra, de todas las guerras. Los rojos y los fachas vivían en dos continentes sentimentales aparte y el océano que les separaba era el odio y la sangre vertida.

Hay personas muy jóvenes que no comprenden que la Constitución fue y es un puente, pero no festivo, sino de verdad. La Constitución es el pacto y el reencuentro, el derribo del muro de cristal. Los fachas pactaron con los rojos: “No miraremos atrás. Perdonaremos lo ocurrido y volveremos a convivir. Ya no seremos rojos y fachas, sino españoles con ideas muy muy opuestas”. Ese fue el pacto que juraron los viejos dirigentes republicanos del PCE con Carrillo a la cabeza y los jóvenes falangistas con Suárez a la cabeza. Carrillo era el rojo asqueroso, el asesino responsable de la matanza de Paracuellos (o así lo creían los fachas que le dejaron volver a España). En Paracuellos murió Pedro Muñoz Seca y a Ramiro de Maeztu lo asesinaron los rojos por las calles de Madrid. Los fachas habían asesinado a Lorca y Miguel Hernández murió en las prisiones franquistas. Eso pensaban los rojos que volvían del exterior. Los putos fachas lo habían matado. Pero ahora se habían dado cuenta de que no había otra alternativa que el pacto. “No miraremos atrás. Se acabó. Haremos un puente que nos una renunciando unos y otros a imponer por la fuerza las ideas. Dejaremos que haya elecciones y si las perdemos, nos fastidiaremos e intentaremos ganar la próxima vez. Seremos leales a ese pacto y al juego democrático, nos gusten los resultados o no.” Y crearon la Constitución.  La Constitución es el puente feliz que nos ha permitido durante cuarenta años disfrutar del período más largo de paz a los españoles desde el siglo XIX. A pesar de que ha habido casi mil muertos por la ETA, ha sido el período más pacífico de los últimos siglos. ¡Cómo serían los anteriores!

Pero en los dos últimos años y muy especialmente esta semana todo parece olvidado. ¿Es que queremos volver a estar enfrentados por el odio? ¿Por qué no hemos mantenido el compromiso de no mirar hacia atrás? ¿Acaso no nos damos cuenta de que continuar por esta senda tiene difícil vuelta atrás? ¿No nos damos cuenta de las consecuencias de nuestras palabras? ¿Creemos que nos van a salir gratis? Ciertamente, en muchos comentarios leídos esta semana, veo el mismo odio que ya nos llevó a la guerra hace casi cien años. Estoy seguro de que muchas personas que hablaron sin pensar en 1931 o 1934 no podían ni imaginar que cinco años después iban a morir o a ver morir con gran dolor a sus familiares y amigos. Incluyo entre ellos a mis propios familiares, represaliados, como tantos otros al finalizar la guerra.

Estos días se ha creado un ambiente guerra-civilista en muchos ámbitos y yo creo que muchas de las personas que lo están alimentando no se dan ni cuenta de que están fracturando el puente de la Constitución, ni el valor que este tiene. Tras la victoria de Vox han ardido las redes sociales (y lo que no son las redes pues se han incendiado contenedores y han sido atacados comercios). Son daños menores hechos por incontrolados. También ha habido un joven apaleado en Vitoria y otro hombre murió en Zaragoza hace meses asesinado por manifestarse como español. Un herido grave y un asesinado. Otros incontrolados. Esto ya ha pasado. Tienen familia y amigos, como todo el mundo. Desde hace unos años se vuelve a decir la palabra “facha” por todas partes. Serrat es facha. Juan Marsé es facha. Boadella es facha.  ¿Quién no es facha en Cataluña? ¿Quién es quien reparte las etiquetas de facherío? He leído en la red que la diferencia entre un fascista y un antifascista es que solo el primero sabe que lo es.

Hay muchos españoles que son lo que los rojos clásicos, los comunistas, han llamado fachas. Son millones. No son dos ni tres… millones. Son probablemente muchos millones más. Y es que hay muchos españoles, más de la mitad, que descienden de los asesinados por el bando republicano y cuando oyen hablar de las víctimas de la guerra civil se acuerdan de las suyas. Es humano. Y otros son fachas nuevos, sobrevenidos, que no perdieron familiares en la guerra ni conocieron a Franco, pero se han hecho fachas igual. Aunque no se hayan manifestado durante años, hay muchos españoles que tienen opiniones diferentes a las que han dominado durante muchos años en la política española. Hay muchos españoles que callaban, pero creen que España es su nación y están agradecidos a que exista y creen que tienen una deuda con todos sus antepasados por haber creado y sostenido la prosperidad de la que disfrutan. Son fachas y piensan y sienten así. Creen que sin la existencia de España su vida sería peor y quieren legar a sus hijos la misma herencia que recibieron de sus padres. Son fachas y piensan así.  Están en contra del aborto porque creen que es un asesinato. Es probable que estén equivocados, pero creen eso y no podemos quitarles el derecho a creer eso y a que intenten adecuar las leyes a sus creencias, porque otros crean que hasta la semana decimocuarta el embrión no es una vida humana y por eso se puede abortar. Y los fachas están en contra de la inmigración ilegal, porque creen que la emigración debe ser regulada. Son fachas, pero pueden defender una política migratoria diferente a la que me gusta a mí, que es la de que todos puedan entrar en España sin establecer ningún tipo de barrera, aunque sean millones los que vengan. Estos fachas están en contra de la ley de la violencia de género y no creen que el testimonio de una mujer en un juicio deba tener mayor valor que el de un hombre. Son fachas, pero tienen derecho a tener otra idea sobre lo que es la igualdad ante los tribunales.

Y estaban ahí. Votaban al PP… o no votaban, o votaban a otros. En realidad, esto es indiferente. Y quieren modificar el título octavo de la Constitución mediante los mecanismos legales. Y tienen derecho a votar, el mismo al menos que los seguidores de la ETA o los separatistas catalanes, que también quieren modificar la Constitución y hacer un referéndum de autodeterminación y además han matado a mil personas. Y hay que asumir que, aunque sean fachas, si ganan las elecciones, la Constitución les reconoce el derecho a desarrollar su política siempre que no rompan el marco legal que nos ampara a todos. Y, por ahora, ni han roto el marco legal, ni han matado… Aunque sean fachas. Pueden estar equivocados, sí; pero tienen derecho a equivocarse. Aunque sean fachas. Eso es lo que les garantiza la Constitución que todos aceptamos como marco legal.

Porque si eso ocurre, que no quepa duda de que entonces todos los firmantes del pacto tendrán el derecho a su defensa con la mayor firmeza; desde luego, espero que con mucha más de la que el Gobierno de Rajoy ha mostrado en Cataluña con los separatistas.

Y es ahora, quizá como última oportunidad, amigos todos, cuando debemos darnos cuenta de que, la Constitución es el puente y si lo rompemos, lo vamos a pagar muy caro. Quien hable con desprecio del régimen del 78 o de su rival político, quien desprecie la monarquía o la república, quien desprecie a España, debe saber que está rompiendo ese puente. Ese puente es el de la paz. La paz no ha sido nunca gratis: la paz es el resultado de la tolerancia verdadera o de la imposición y el odio. Pero nunca es gratis. Y en este tiempo en que ya no hablamos de “intolerancia”, porque somos tan “tolerantes” (salvo con los intolerantes, por supuesto) que la llamamos “tolerancia cero”, debemos pensar mucho más en ser y hacer que en decir. Porque la paz significa no llegar a la guerra para permitir la alternancia de los que tienen ideas diferentes.

Y esto es convivir. Convivir con el igual es fácil, lo difícil es convivir con el facha. Es más difícil convivir con el facha que con el emigrante ilegal. Y lo peor de todo, es que la alternativa a esta maldita convivencia es la guerra civil, con mayúsculas. Que nadie se lleve a engaño. Para eso se creo este puente maravilloso, para unir lo que el odio había separado. Y si no queremos destruirlo de facto, cuidemos lo que decimos, porque de las palabras se llega a los hechos y de los hechos, a la sangre, que cuando encuentra un resquicio para salir a borbotones, luego no vuelve a entrar en el cuerpo. Y entonces solo viene la muerte.

 

Un abrazo.

¿Hacia la guerra civil?

Desgraciadamente, España se enfrenta a la mayor crisis nacional desde la Guerra Civil. No ha habido en los últimos cien años mayor peligro de disgregación nacional y de enfrentamiento entre los españoles que los acontecimientos que estamos viviendo estos días.

Estamos ante la mayor crisis nacional desde 1939

Ni siquiera los años posteriores a la muerte de Franco o el golpe de Estado de 1981 habían llevado a las calles y a la vida cotidiana de los españoles el clima de crispación nacional que hoy, desgraciadamente, vivimos. En aquellos tiempos, por supuesto, fuimos espectadores y partícipes de actos violentos y asesinatos políticos, pero la violencia era ejercida y sufrida directamente por una minoría de la población. Fuera la ETA, fueran facciones terroristas de extrema derecha, lo cierto es que sus actos violentos en ningún momento supusieron un peligro real de quiebra del sistema político ni de ruptura de la unidad nacional. Ni en sus mejores sueños tuvo la ETA  la capacidad de situar la independencia de Vasconia en la agenda política cotidiana. Eran, en el fondo, un grupo de rudimentarios asesinos sin otro horizonte que la violencia.  Incluso durante el golpe de estado de 1981, la violencia ejercida por algunos  sectores del Ejército duró horas escasas y no supuso quiebra alguna de los partidos democráticos. Nunca se produjo en los años anteriores una crisis de estado como la que ahora enfrentamos.

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Y esto debido a una razón esencial: durante la Transición, todos los partidos políticos nacionales apoyaban el régimen constitucional y los nacionalismos dominantes iniciaban su camino hacia la secesión de forma hipócrita, fingiéndose leales al Estado de derecho para ir despojando a España, uno por uno, de sus mecanismos estatales de igualdad democrática (educación, policía, sanidad, etc.). El extremismo nacionalista era marginal.

La crisis del modelo de 1978

Pero, por diferentes razones que ahora no analizaremos, hay cambios esenciales en la situación. Por un lado, los partidos nacionalistas catalanes se han radicalizado hasta adoptar ya posturas abiertamente independentistas y por el otro, el surgimiento del neocomunismo y su irrupción en el Congreso con un grupo de diputados muy numeroso ha conducido al sistema constitucional de 1978 al momento de mayor crisis de su historia. Los acontecimientos de Cataluña demuestran esta crisis y a la vez, la postura de los partidos neocomunista y separatistas ante los mismos suponen en la práctica la destrucción del consenso constitucional alcanzado con grandes esfuerzos para poder instaurar la democracia en nuestra nación.

España, como nunca desde los tiempos de la República, está dividida. Hay un porcentaje amplio de la población que apuesta  ya, sin ambages, por la ruptura del pacto social de 1978, aunque no pueda ofrecer un pacto nuevo con más apoyos que el vigente. La aceptación de unos valores comunes por parte de los españoles, encarnados en el voto masivo a la Constitución de 1978 ya no existe. Creo que hoy día, sería prácticamente imposible no ya votar una nueva constitución, sino ni siquiera redactarla. No habría consenso. Y eso quiere decir, digámoslo claro, que una parte de la sociedad se niega al consenso que es la asunción del pacto de mínimos más amplio posible. Hoy los mínimos de los neocomunistas pasan por establecer una república inspirada en los años treinta  y los de los separatistas por la posibilidad de independizarse. En esas bases, los mínimos pasan a ser máximos por lo que el consenso es, simplemente, imposible.

Es por ello también que las posturas equidistantes alumbradas desde el PSOE y sus altavoces mediáticos en las que se pide diálogo entre las partes (incluyendo ese movimiento supuestamente espontáneo de las camisetas blancas que surgió ayer) está condenado de salida al fracaso. No hay nada que negociar porque las posturas son absolutamente irreconciliables y no tendrán jamás acuerdo. Chamberlain tuvo que dar paso a Churchill tras intentar apaciguar a Hitler. No hay tercera vía y cuánto antes lo comprendan los socialistas y quienes les siguen, mejor para España y para los españoles.

La similitud de la situación actual con la de los años treinta.

Puestas así las cosas, resulta harto significativa la similitud de los acontecimientos que vivimos con la que se vivió en España a partir de 1930 y sobre todo, a partir de 1934-35. Explicaremos sencillamente esta idea. En 1930 las organizaciones republicanas, el PSOE y las organizaciones catalanistas sellaron el Pacto de San Sebastián, un pacto unitario para acabar con la monarquía e instaurar la república. Sus planes dieron fruto pocos meses después, en abril de 1931. El bloque actual es parecido: se ha producido una confluencia de intereses entre los separatistas catalanes y Podemos. Ambas fuerzas quieren acabar con el sistema. Dos fuerzas inicialmente enfrentadas por ser de izquierdas y de derechas, abandonaban sus diferencias para unirse contra la monarquía. Eso mismo ocurre ahora.

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Otra similitud de la situación actual con la de los años treinta es la aparición en el tablero catalán de una fuerza de reminiscencias proletarias. Esta fuerza nueva es muy agresiva y muy amiga de la acción directa. Están dispuestos a la violencia con tal de destruir la unidad de España y el propio sistema capitalista. La agresividad de esta fuerza es tal que ha polarizado el debate catalán arrastrando a sus posturas extremistas a Esquerra Republicana primero y a la burguesía catalana después. Es la nueva CNT y se llaman la CUP.

Finalmente, el PSOE, el partido mayoritario histórico, se debate en una potente crisis histórica y ha perdido evidentemente la capacidad de liderar el proceso, tal y como le ocurrió desde el inicio de la guerra. Un partido reformista poco tiene que ofrecer cuando la alternativa supone tomar partido entre la conservación del orden y la sustitución violenta del mismo. En ese terreno, simplemente no hay espacio para la reformas. Y así, sus dirigentes (en tanto en cuanto no se solvente la crisis de Estado) se dividirán entre quienes apoyen las políticas de derechas y quienes se vean arrastrados por los neocomunistas (como ya les ocurrió en los años treinta, acabando de satélites del viejo PCE exceptuando a Besteiro y otros dirigentes antiguos que serían hoy las figuras de González o Guerra). Ese mismo papel subsidiario y a remolque de los comunistas ya se ha comenzado a dar y la política dubitativa de Pedro Sánchez es muestra de ella.

 

¿Quién nos quiere llevar a la guerra y por qué?

Estas semanas diferentes personas cercanas me han dicho que tenían miedo de lo que pueda ocurrir y, efectivamente, lo cierto es que la ruptura del consenso no va a solventarse probablemente en mucho tiempo y por ello, la radicalización de la situación política española es un riesgo que vamos a vivir en los próximos años.

Lo que cualquier español debe comprender es que una nación, y más la nuestra, España, se fundamenta en un complejo equilibrio de fuerzas que se sostiene unido por la aceptación de unas normas comunes. Esas normas comunes son las leyes y más en concreto, la Constitución.

Hay que ser claros y coherentes: estar en contra del régimen constitucional de 1978 (sobre todo si no se asegura un nuevo marco de convivencia con más apoyos que el anterior) supone en la práctica romper ese equilibrio y abogar por el enfrentamiento entre españoles. Si no hay Constitución (y no la hay para Podemos y los separatistas), se abre obligatoriamente un  periodo de desequilibrio y tensiones que no puede arreglarse salvo con un enfrentamiento civil en el que una parte venza a la otra. Es decir, como ya dije yo desde el principio en otros artículos del blog, el objetivo último de Podemos es quebrar el orden constitucional para imponer su ideario comunista y eso, en la práctica, supone conducirnos a una nueva guerra civil. Tras la “sonrisa de un país” (cínico eslogan en las últimas elecciones) y la dialéctica cursi que gastan Iglesias y los suyos está la ambición, cada vez menos ocultada, de acabar con el régimen actual. Y como esto será imposible (pues una gran parte de los españoles de toda condición no lo consentirán sin oponerse con vigor, (empezando por el tejido empresarial y acabando por el pueblo llano, como hemos visto estos días), el apoyo a las tesis de Podemos supone, inevitablemente, iniciar el camino hacia la guerra civil. No es ninguna casualidad que los neocomunistas se estén aliando (de nuevo, casi cien años después) con las fuerzas separatistas. Su intención, ya evidente a todas luces, es volver a formar un Frente Popular. Falta saber si el PSOE de Sánchez secundará finalmente su fatídico empeño.

Ley o Revolución

Así pues, todas las personas bienintencionadas y pacíficas que les están votando, tienen que pensar hasta qué punto están dispuestas a seguir el acoso y derribo del consenso constitucional, hasta qué punto quieren quebrar la convivencia pacífica que hoy disfrutamos y hasta qué punto creen que merece la pena jugarse la vida propia y la de los demás por sus ideales (que han fracasado en todas partes donde se han puesto en práctica desde Rusia a Venezuela pasando por Cuba).

A esto se me podrá objetar que por qué han de aceptar los neocomunistas un consenso en el que las actuales clases favorecidas sigan siendo favorecidas y ellos sean los perjudicados. La respuesta en tan obvio como dura y simple: porque es ese el equilibrio actual y es el que nos mantiene en paz. Esa es la Ley que consensuamos entre todos. Ni más ni menos. El Estado y la sociedad se sostiene (y se sostiene bien como podemos ver en los niveles de bienestar que hemos alcanzado por encima de los de Cuba o Venezuela) gracias a este equilibrio existente. Al imperio de la Ley sostenido por medio de cuerpos de hombres armados para hacer cumplir las leyes. Lo contrario es el Oeste, la intimidación, el odio y la violencia, tal y como hemos visto estos días. Dinamitar los cimientos del edificio, ha de suponer, inevitablemente, que el edificio caiga. Y eso supone, también de forma inevitable, violencia. Y como los inquilinos actuales, que viven en paz, no lo van a permitir y además tienen de su lado las leyes y el aparato coercitivo del Estado, el enfrentamiento social está servido. Como bien sabe Iglesias, el que conduce el convoy, es imposible hacer una tortilla sin romper los huevos. Es imposible zarandear la sociedad sin que ejercer la violencia y quebrar las leyes. Es imposible que el Frente Popular venza salvo por el uso de la violencia, tal y como también se está demostrando en Barcelona estos días.

 

¿Qué lecciones debemos aprender del pasado? Barcelona como laboratorio.

Afortunadamente, la Barcelona y la Cataluña del 1 de octubre es un experimento, un enorme laboratorio que nos conduce al pasado del Frente Popular y al futuro de nuestra patria, porque en esencia, las fuerzas que contienden ahora mismo es Cataluña son las herederas de las que contendieron hace casi cien años

El pasado español nos enseña varias cosas. La primera, que a una guerra civil no se llega de la noche a la mañana. La historiografía comunista española ha idealizado falsariamente la República y ha retratado la guerra civil como la consecuencia de un golpe de Estado contra la población. Este relato es de un simplismo atroz y ha tenido como consecuencia que los españoles de hoy no sean capaces de discernir con claridad lo que supone entrar por la senda de la negación de la legalidad vigente. Cuando se niega la Ley, solo hay una alternativa: la Revolución. Y no existen revoluciones sin muertos ni enfrentamientos civiles. Eso mismo es lo que acabó ocurriendo en 1936. La reacción militar y social ante un proceso revolucionario que se había iniciado en 1930.

El golpe de 1936 y sus causas

Así mismo, las últimas investigaciones históricas que demuestran que la victoria electoral del Frente Popular fue un fraude (que nos recuerda a los episodios vividos en Barcelona este 1 de octubre de 2017 con las urnas que llegaban a los colegios ya llenas de papeletas) arrojan una luz y un enfoque distinto sobre lo ocurrido en 1936 y explican mejor que el relato comunista que nos enseñaron en el colegio por qué una gran parte de la población española apoyó la insurrección militar encabezada por Franco. No se engañen: sin ese apoyo popular el triunfo de Franco habría sido imposible. Y muchas de las personas que apoyaron (de forma activa o pasiva) el golpe de estado de 1936 no lo hicieron por que fueran más o menos militaristas o fascistas, sino porque comprendieron que España estaba en una situación anárquica. Baste recordar que entre febrero de 1936 y julio del mismo año había tres asesinatos políticos diarios. Lean por favor las memorias de personas tan poco «fascistas» como Orwell o José Luis Sampedro, cuando reflejan como se vivía esa revolución idílica en las calles. En una situación de inseguridad así, con la crispación general que esto supone y que ahora podemos ver en Barcelona como si fuera un laboratorio, ¿cuántos de nosotros hoy no desearíamos una vuelta al orden y al trabajo y a la paz social? ?¿cuántos no estarían temerosos de ver grupos de jóvenes armados  de la CUP irrumpiendo en los comercios? ¿No es acaso justamente la quiebra de la convivencia lo que más temen las personas normales de Barcelona a día de hoy?

¿Qué ocurrirá en el futuro?

Pero hay motivos para no caer en el desánimo y en el temor infundado. Hoy son muchísimas las diferencias que nos separan de aquellos meses aciagos.

El fundamental, la creación de una clase media que entonces no existía. La huida de depósitos de catalanes temerosos de la independencia y de la anarquía subsiguiente es una muestra de la fuerza que hoy tienen estas capas y de lo rápidamente que se desengañarían los propios separatistas al comenzar la violencia en serio con las CUP dominando las calles (y no les quepa duda de que empezaría como ya se ha empezado a ver). Si en los años treinta, una gran masa de campesinos y de obreros pudieron ser objeto de la propaganda comunista fue debido a sus paupérrimas condiciones de vida. El odio y la violencia surgen, inevitablemente en la pobreza. Eso no quiere decir que no puedan surgir en la riqueza, pero en la pobreza son efecto seguro. En una situación económica como la actual, el techo de los comunistas es el 10% de la población. Tiene algo más por el tremendo apoyo mediático de la Sexta y su grupo, pero nunca llegarán al 20%. Y ni con un 30%  se puede hacer triunfar una revolución si el otro 70% se organiza mínimamente,

En segundo lugar, la ausencia de armas en el bando del nuevo Frente Popular. La población entonces tenía armas de la Revolución de 1934 y hoy no. Yo no descarto que la Generalidad haya comprado en el mercado negro en los últimos veinte años fusiles y otras armas ligeras (de hecho sabemos que lo ha intentado), pero en una guerra convencional contra un Ejército profesional el enfrentamiento actual sería rápido. La capacidad de corromper el Ejército al estilo venezolano en España es casi imposible.

En tercer lugar, el Ejército español es profesional y eso dificulta enormemente la infiltración de elementos comunistas en sus estructuras. Hoy la división del Ejército ante una eventualidad así es casi imposible.

En cuarto lugar, la fuerte presencia de una inmigración de origen hispano en España como muy bien saben los separatistas vascos y catalanas. Precisamente esta es la razón por la que los separatistas han impulsado una inmigración de musulmanes en Cataluña. Las masas latinoamericanas de Ecuador o Colombia han venido aquí justo a vivir en paz y a alcanzar unas cotas de bienestar que no tienen en sus países de origen. Están agradecidos a España y defienden nuestro idioma. Pocos de estos emigrantes apoyarán las ideas del nuevo Frente Popular. Solo el hundimiento de la economía nacional podría alterar esto.

Y el quinto y definitivo: la integración europea. Hoy un proceso revolucionario en España sería contestado sin contemplaciones por Francia y Alemania. Mientras la UE esté en pie, este proceso es muy difícil.

Dicho de otro modo, para que Pablo Iglesias y los suyos puedan arrastrarnos a una guerra civil se necesita que la economía española se hunda y que la Unión Europea se rompa. Si esas dos circunstancias se dieran, entonces, todos los que votan a los neocomunistas Podemos se dividirían en dos grupos: los que comenzarían a ejercer la violencia callejera e institucional y los que asistirían estupefactos y luego asqueados (creyéndose inocentes) a sus actos. Y, entonces sí, de ahí a una nueva guerra civil no habría más que un paso.

Ahí es donde nos quieren conducir Pablo Iglesias, Oriol Junqueras y la CUP. Que nadie se lleve a engaño, por favor.

Los sueños sociales de unos son siempre las pesadillas de todos los demás.

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Ayer, 6 de diciembre de 2016,  en el Parlamento de España hubo diputados que quisieron marcar su oposición a la Constitución de 1978. Es para ellos una ley que supuso una traición y que no merece respeto leal. Es una ley que no les representa. También en algunas ciudades de España, grupos separatistas han ofendido nuestra ley suprema de diferentes maneras. Es evidente que hay muchas personas en España que cuestionan el marco social vigente. ¿Somos conscientes de lo que eso supone?

La democracia es ley antes que nada

Muchas personas creen que la democracia es votar. Y es cierto que esa es una parte de la democracia. Pero no es la única. El voto ha de tener límites para que un estado sea democrático. ¿Se puede votar en España que los negros o los judíos son inferiores? ¿Por qué no? ¿Acaso no tenemos derecho a votar y el pueblo es soberano? ¿Se puede votar en España que determinado líder político (o usted o yo mismo) es un imbécil? La respuesta es no. La Constitución garantiza sus derechos (y los míos). Por esa misma razón, hay otras muchas cosas que tampoco se pueden votar. Porque la ley que garantiza la estabilidad y la concordia, la Constitución lo impide.

Así pues para que haya democracia es  que haya una ley que garantice el derecho al voto y unas normas muy básicas que todos se comprometen a respetar siempre, pase lo que pase. En España esa ley es la Constitución de 1978 y quien la toca, solo la puede sustituir por otra que tenga más apoyo que la actual.

La democracia solo sobrevive en  la moderación

La democracia es siempre el terreno de la estabilidad y la moderación, del acuerdo y la cesión. De forma forzosa e imprescindible. Y cuando esto deja de ser así, es que estamos caminando, lo queramos o no, hacia el enfrentamiento y la guerra. Y por tanto, hacia el final de la democracia. Apliquemos el sentido común. Si en una democracia, un grupo de personas quiere cambiar las normas del juego y otros grupos  están en contra, el grupo renovador solo puede plantearse cambios menores y que no resulten traumáticos a los otros grupos sino quiere crear un enfrentamiento social. Si por el contrario, los cambios planteados son radicales y amenazan con modificar el estatus quo de los demás; es decir, el marco que ha garantizado hasta ese momento la convivencia entre todos, es seguro que la otra parte de la sociedad, que sigue aceptando el marco social vigente, que les ha garantizado la convivencia, se asustará y por tanto, se radicalizará para evitarlo. Esto es absolutamente lógico.

Es más, históricamente, cuando una de las partes se ha radicalizado, el clima social se ha ido tensando hasta desembocar en graves disturbios, asesinatos, revoluciones y guerras. Toda Europa vivió este proceso de radicalización durante los años 30 del siglo XX, una etapa histórica que acabó con la instauración del nazismo en Alemania, del fascismo en Italia, la Guerra Civil española y, finalmente, la devastadora Segunda Guerra Mundial. Todo esto costó decenas de millones de muertos. Ese fue el precio del fin de la democracia.

Los sueños tienen siempre un coste

Que nadie se engañe. Cuando alguien habla de que va a imponer sus sueños, al tratarse de ideas que están muy alejadas de lo que ahora ocurre (si no, no serían sueños), son a la vez la pesadilla de los demás. Los sueños de unos son obligatoriamente las pesadillas de todos los demás. Y esto lo vemos día a día con mayor insistencia en España.  Es muy fácil hacer la carta a los Reyes Magos y pedir que lo pague el vecino. Y es absolutamente ingenuo pensar que el vecino (que es el que tiene el dinero) lo va a pagar. alegremente. Si es poco el pago, se resistirá poco; pero cuanto mayor sea la cuenta, mayor será la resistencia. Esto es de una evidencia palmaria.

Y conseguir los sueños en la tierra no es gratis. Justamente porque son sueños.

Los sueños individuales nos exigen enormes esfuerzos personales, sacrificios, renuncias y pérdidas de todo tipo en aras de lo que queremos conseguir. Seamos deportistas, artistas o simples seres humanos que conocemos el esfuerzo que cuestan las cosas, sabemos que solo con el dolor se alcanzan los sueños. Con nuestro propio dolor, no con el ajeno.

Los sueños sociales también exigen esfuerzos personales, pero además de los nuestros exigen torcer la voluntad de muchas otras personas y obligarles a pasar por sacrificios que no quieren y no tienen por qué asumir. Y la cuestión no es si una cosa es más injusta o menos, porque lo que para unos es justo, para otros no lo será. No hay que quedarse solamente en lo que queremos o nos parece bien, sino que hemos de pensar de qué forma se puede conseguir y si estamos dispuestos a ese coste. Para hacer una tortilla hay que romper los huevos. Y eso no es justo ni injusto; simplemente es. Y solo hay una manera de conseguir sueños sociales, y es por medio de la violencia. “La revolución es la partera de la historia”, decía Carlos Marx, que era un revolucionario valiente y sin careta . Lo que todos los seres humanos hemos de preguntarnos es qué precio estamos dispuestos a hacer pagar a nuestros semejantes por imponer nuestros sueños sociales. ¿La represión y la cárcel? ¿los campos de concentración? ¿el atentado terrorista? ¿el asesinato? ¿la revolución y la guerra? Solo cuando hayamos contestado a estas preguntas, podemos seguir la senda de la radicalización y de los sueños.

La democracia es el sistema del cambio pacífico

Esto no significa que no se puedan cambiar las cosas. La democracia es el terreno del cambio posible y pacífico. La democracia permite que las sociedades han cambiado y cambian, diariamente, sin violencia. De la sociedad española de mi infancia a la actual hay cambios tremendos. La libertad política, el ingreso pleno de España en Europa y en el mundo occidental, la incorporación de la mujer al trabajo, la generalización de los anticonceptivos o la instauración de la informática en nuestras vidas han supuesto un cambio radical en la sociedad española. Todos esos cambios han sido posibles dentro del marco constitucional vigente. Un marco democrático y reformista. No fueron posibles en el marco anterior (el del general Franco), ni tampoco lo serían en el que nos prometen los que proclaman sus sueños, nos prometen asaltar los cielos y en la práctica gestionan las peores  pesadillas en Cuba o Venezuela, aunque ellos prefieran vivir aquí en este lodazal de corrupción. Sacrificados que son, sacrifican sus sueños por nosotros.

Querámonos a nosotros mismos y busquemos la concordia. Cualquier grupo que aspire al cambio de la Constitución de 1978 debe garantizar un consenso mayor que el que se consiguió entonces. Lo demás es conducir a la población (y no como Marx, con la verdad por delante, sino con engaños y embelecos) por la senda que lleva al enfrentamiento violento, al asesinato y la guerra.