Sobre el acoso escolar

En las últimas fechas, afortunadamente los medios de comunicación han comenzado a hacerse eco del acoso escolar. Y digo afortunadamente, no por las pobres víctimas, sino porque el acoso escolar ha existido siempre y sin embargo, hasta ahora, nunca había sido tratado por los medios como un problema social al que enfrentarse sino como “casos aislados”. No hace tanto tiempo de la muerte de Jokin o del suicidio de aquella alumna ecuatoriana acosada hasta en el propio autobús que la conducía a clase. Entonces fueron casos aislados. Hasta ahora, no se había tratado como lo que es: un problema social de primera magnitud.
Y ante un problema social, si queremos entenderlo y solucionarlo deberemos atender a la forma que adopta el problema, a sus causas y consecuencias.
El acoso escolar ha existido siempre. Los grupos humanos generan chivos expiatorios. Ocurre en cualquier grupo humano: en la familia, en los grupos de amigos y, lógicamente, en el instituto. Ese chivo expiatorio, esa persona que sirve para descargar sobre él el malhumor, las tensiones, los complejos, la angustia y los sinsabores que produce la existencia toma cuerpo en los centros como alumno acosado.
La diferencia entre el acoso de antaño y el actual estriba básicamente en que los individuos antisociales y dañinos que inevitablemente genera la existencia humana hoy están dentro de los centros de estudio y antes estaban fuera. En los años 80 del siglo pasado, los jóvenes antisociales se convertían en delincuentes callejeros y aterrorizaban barrios enteros. Esto incluso dio lugar a un género cinematográfico, el de los macarras, con obras como Deprisa, deprisa, Perros callejeros, Perras callejeras, El Vaquilla o El pico. Pero entonces, un instituto de bachillerato era un oasis, un lugar sagrado, donde los seres antisociales tenían muy difícil entrar e imposible mantenerse.
La LOGSE cambió ese estado de cosas. El lado positivo es que aquella masa humana sin estudios ni educación, que era expulsada del sistema educativo sin título alguno, desapareció de las calles y la delincuencia callejera hoy no existe. El lado negativo es que la permanencia de esa carroña dentro del sistema educativo en igualdad de condiciones con los estudiantes que sí quieren estudiar degeneró en la triste situación que muestra el sistema educativo actual y que se detecta en todas las pruebas internacionales.
Y una vez que hemos colocado a los lobos dentro del corral, ¿nos extrañamos de que maten a los corderos? ¿Existe hoy una legislación que castigue a los violentos y ampare a los débiles? ¿A quién protege realmente la legislación sobre menores? ¿A las víctimas?
No hay que olvidar tampoco que para que se produzca el acoso, como todos sabemos, es preciso que muchas personas miren hacia otro lado. Los primeros, los compañeros, que acompañan, adulan o temen al acosador y permiten que la víctima quede aislada. Y en segundo lugar, y con mucha mayor trascendencia y responsabilidad, a los maestros y profesores. Yo soy profesor y he visto decenas de veces a personas que se dicen compañeros míos mirando hacia otro lado ante los indicios evidentes de acoso. “Son cosas de chicos”. “Es que también el otro se lo anda buscando…” o tratando con fingida ecuanimidad a quienes son desiguales. Recuerdo, por ejemplo, una ocasión en que una alumna fue agredida por otra que la agarró de los pelos e hizo chocar su cabeza contra un banco de piedra. La otra chica se enfrentó a la agresora y la golpeó. La dirección expulsó a las dos el mismo número de días. Yo fui a quejarme a la dirección porque en mi opinión existe el derecho a la legítima defensa. Poco después un grupo de alumnos acosó a otro hasta el punto de que dejó de ir al centro. La respuesta de la dirección fue cambiar de clase al acosado. En otra ocasión un padre de un alumno rayó el coche del director del centro tras ser expulsado su hijo, un simpático alumno ferviente seguidor del Camarón de la Isla. Yo recomendé al director que arbitrase un aparcamiento para que los miembros del equipo directivo y quienes se encargaban de la disciplina tuvieran su coche a buen recaudo de este tipo de padres. El director me aseguró con sonrisa complaciente que él no tenía miedo de nadie. Pero lo cierto es que los seguidores del Camarón de la Isla que había en el centro ya no fueron expulsados más del instituto.
Creo que esto refleja con nitidez cuáles son las causas del problema y creo que a la vez dibuja un panorama muy sombrío en cuanto a las soluciones porque, no nos quepa duda, lo que hace falta para luchar contra el acoso es valentía. Y eso, hoy por hoy, no es fácil de encontrar ni entre políticos, ni entre padres, ni entre profesores, ni entre alumnos. Todos temen a los adolescentes violentos y a sus violentos padres. Esta es la clave del asunto. Y mientras esto siga así, los débiles corderos seguirán tristemente a merced de los lobos.